viernes, 30 de diciembre de 2016
Este puerro sigue siendo Nosotros después de las doce
Veréis, queridos hierbajos, estoy en un avión y cada vez que abro mi mochila sale un delicioso aroma a queso polaco. Tengo hambre. Pero este no es el tema. Yo he venido a hablaros de cierto puerro.
Ah, pero primero (antes de que se me olvide): hay una cosa que me gustaría aclarar por si las moscas. Lo que dijo Zarza sobre mi recién estrenada afición a las terminaciones en masculino no es exacto. No me siento «Ortigo». Mi nombre es Ortiga y sigo adhiriéndome a clasificaciones de género no binarias. No es lo mismo identidad de género que expresión de género. Queda dicho.
Ahora sí: hablemos de puerros.
Hay una cosa que debo confesaros, hierbajos, y es que este libro que ha quedado apuntito, apuntito de que le colgase la etiqueta de Honrosa excepción. Sí, sí: casi habemus núcleo. Al final, por desgracia, la cosa se queda en moraleja, pero es indudable que Laia Soler ha mejorado como escritora desde su primera novela a esta parte. Todas mis felicitaciones.
¿Qué cosas han mejorado?, quizá os estéis preguntando. Pues veréis: aparte del casi núcleo, en este libro te encuentras con algunas desfamiliarizaciones (como ya dije en mi anterior entrada al respecto) y algunas otras figuras literarias con aparente intencionalidad. El narrador sigue siendo explicativo y algunas de las intenciones de la autora no están lo bastante trabajadas, pero hay subtext y hay intención comunicativa. Soy una Mala Hierba feliz.
Creo que la moraleja hubiera dado para un núcleo más que decente, pero al final la autora no se moja y no reflexiona al respecto, se limita a hacer que el personaje acepte que una determinada actitud es buena y otra, mala. Y cuando digo que no reflexiona al respecto es que realmente no se para a pensar en el berenjenal en el que se ha metido…
SPOILERS AHEAD
Veréis, hierbajos, resulta que en el pueblo en el que se desarrolla la historia hay un carrusel con un caballito mágico: si te subes en él, te borra la memoria. En fin, no solo te borra la memoria a ti, borra la memoria colectiva del pueblo sobre el suceso que quieres olvidar. Así pues, la prota es bastante drogadicta de este lavado de cerebro y de pequeña se dedicaba a correr a montarse al caballo cada vez que le ocurría un drama dramático. En consecuencia, tenemos una muchacha que no ha aprendido a lidiar con los sentimientos negativos y la frustración. Más adelante, al final de la historia, la protagonista descubre que hay una manera de recuperar los recuerdos que el carrusel le ha borrado (porque ¡¿qué sería de la vida sin el botón de «deshacer»?!, las cosas tienen que venir con el correspondiente antídoto para que todo el mundo pueda desdecirse y «aquí no ha pasado nada»).
Tengo muchas quejas con respecto al carrusel y sus trucos de magia. Por un lado, me parece que Laia Soler es hasta más vaga que yo y no se ha molestado en buscar una buena explicación para el asunto: al grito de «¡¡la la la la, lo hizo un mago!!» parece ser que nos pueden colar cualquier cosa. Pero, vale, pasemos por alto la poca importancia que se le da a la coherencia de la magia. Cuando la niña decide recuperar los recuerdos y sentimientos que en su día se borró por no saber gestionarlos resulta que, abracadabra, a la prota no le pasa nada de nada a nivel emocional: nos la quieren colar con que los recuerdos ya son lejanos y por lo tanto no afectan al personaje de la manera incapacitante en que la afectaron en su momento. Pues no, mira: un sentimiento que decides deliberadamente no encarar y no gestionar, luego para cuando quieres abordarlo se te ha enquistado y es una lata. Hubiera sido muy agradable ver un poco más de coherencia (y autoridad) emocional, la verdad.
No solo eso. Es que además apenas se reflexiona tampoco sobre las consecuencias que el carrusel tiene en el resto de pobres víctimas a las que les están quitando el derecho a decidir si quieren olvidar un recuerdo. Tú decides que quieres olvidar un recuerdo muy chungo (pon, por ejemplo, la muerte de un ser querido), te subes al carrusel y el chisme cambia la historia convenientemente para que a ti no te duela tanto esa falta. Pero es que no solo te modifica la memoria a ti: le modifica la memoria a todo quisqui que haya estado implicado. Total, que estás jugando con los sentimientos ajenos también. Pues nuestra protagonista es tan ombliguista que no le hace ni cosquillas, no es que se lo piense y le parezca bien o le dé igual, es que ni se lo plantea prácticamente: cero reflexión.
Así pues, todo este rollo del carrusel borra-memorias, que podría haber quedado como una metáfora bastante chula de diferentes mecanismos de autodefensa psicológica (disociación, supresión…), al final se queda en un «ah, ¡mira tú qué conveniente!».
Literalmente lo único bueno que tiene cómo está tratado el asunto del carrusel es la doble metáfora que hay dentro de la ficción: la niña tiene por afición pintar un mural en una de las paredes de su cuarto, y de vez en cuando lo vuelve a poner en blanco, como si resetease, y comienza de nuevo. Una metáfora de una metáfora.
Paralelos a la historia principal tenemos, además, los capítulos extra en los que, plot twist!, resulta que la reina hada de las leyendas del pueblo es una chismosa que no tiene nada mejor que hacer con su eternidad que contarnos los recuerdos olvidados de la protagonista de esta historia.
Y luego tenemos el tema recurrente del machismo, que, lejos de decaer, campa a sus anchas por los prados.
Queridos hierbajos, tengo esta mitad de la entrada escrita desde hace una semana y durante todo este tiempo he tenido el blog en pausa absoluta por falta de tiempo. Mi vida se complicó y he tenido la cabeza llena de ideas para cremas. Claramente, no voy a ser capaz de cumplir mi meta de leer siete libros antes del día 1, pero ya se me ha pasado, he regresado, ¡muajaja! y todas esas cosas. Así que voy a terminar esta entrada porque ya he empezado a leer otro puerro mientras me teñían (o más bien desteñían) el pelo de blanco en la peluquería esta mañana [:D].
Continúo con el tema del machismo en la historia.
Todos los personajes siguen haciendo gala de comportamientos y comentarios muy cuestionables. Incluso la propia protagonista-narradora da en el clavo al describir algunas costumbres conflictivas, solo que no parece que le resulten preocupantes en absoluto: cuando el tío no para de insistirle y darle el coñazo para que ceda a sus deseos («Intento evitar a toda costa a Teo, porque sé que si me acerco insistirá para que nos marchemos de aquí, y no quiero tener que negarme otra vez, sobre todo porque no sé si seré capaz de hacerlo»), cuando hace oídos sordos a lo que ella dice («Está claro que Teo oye lo que digo y escucha lo que quiere»), cuando ¡finge que está borracho! para que se haga lo que él quiere... ¿Tengo que repasar contigo las reglas básicas del consentimiento? Espera, en realidad no era una pregunta. Ven aquí, criatura, y toma asiento: te presento la Guía feminista para no ser un violador.
Tenemos también todos los terriblemente frustrantes momentos en los que parece que alguien va, por fin, ¡por fin!, a decir algo decente con respecto a una situación machista y… sí, entonces la conversación regresa a girar en torno al personaje masculino: «(el pipiolo) ¿De verdad dejas que alguien te diga lo que tienes que hacer? ¿O a quién tienes que ver? [Ortiga: bien, vale. No está bien que él la juzgue porque no puede ponerse en sus zapatos, pero la idea en abstracto es la indicada. Y entonces:] ¿Qué pasa, que no soy lo bastante… yo qué sé, lo bastante bueno para él? [Ortiga: sí, por supuesto: todo gira en torno a ti. En torno a ti y al abuelo, criatura, porque ¿qué importa la opinión de ella en todo este tinglado? Tú tienes que ser lo bastante bueno como para convencer al abuelo. Di que sí]».
Además, la prota y su supuesta mejor amiga del alma nunca hablan de nada que no sea el pipiolo (hermano mellizo de la «mejor amiga»). De hecho las únicas veces en las que las dos «mejores amigas» se ven son los momentos en los que la prota va a buscar al pipiolo a su casa y la «mejor amiga» le abre la puerta y le dice automáticamente que él no está (¿por qué iba a ir la prota a casa de su «mejor amiga» para verla a ella? Por favor, ¡no digas tonterías!), o cuando se ven en pandilla con el resto de amigos de su quinta. La única conversación que mantienen las dos cuyo contenido no va del hermano-pipiolo no nos la cuentan, porque no es importante («Sin darnos cuenta, dejamos de hablar de Grég y de Teo, y nos perdemos en anécdotas del colegio y recuerdos de una infancia compartida que ya creía olvidados»).
Hay varios momentos en los que el pipiolo se siente herido o se cabrea con la prota porque, tras una larguísima, profundísima relación de un mes, ella no puede decirle que le quiere o hace comentarios realistas (algunos dirían «cínicos») sobre la caducidad de las relaciones/los rollos de verano. Es todo inmensa, irrevocablemente DRAMÁTICO, como seguro que os podéis imaginar. Ya sabéis: mi ligue no me dice que se quiere casar conmigo, debe de ser el fin del mundo, ¡como mínimo!
Y no me hagáis empezar a hablar de los profundos sentimientos del pipiolo, por favor. «Me encantas, Aurora. Toda tú. Tu nombre. Tus labios, tus pecas, tus ojos —se deja caer sobre mí para volver a besarme—. Toda». Sí, moza, me gustan de ti todas las cosas externas a ti y sobre las que no tienes ningún control ni te definen, ya sabes: el nombre que te pusieron tus padres, tu físico… es decir, «toda tú». Puede que la prota reniegue de su nombre porque odia los cuentos infantiles y las películas de Disney con sus princesas insufribles, pero mira que se ha buscado un novio que se ajusta al prototipo plano y superficial de príncipe azul, ¿eh? Más que Teo, igual al muchacho habría que llamarlo Felipe.
O de la prota. Sobre todo no deberíais hacerme hablar de la prota y sus frases estelares:
«Esto no puede ser casualidad. Dos días fuera con el chico al que me había prohibido ver y le da un ictus. De acuerdo, es un ictus transitorio, ¿y qué? Con más razón aún. Esto es un aviso del universo». Sí, hija, sí: a tu abuelo le ha dado un ictus porque has follado. Es una señal del universo de que deberías ser una mujer decente y volver a tus labores.
«(la prota)—¿Es tu forma de darme permiso para salir con él?
(el abuelo)—No necesitas mi permiso. Puedes hacer lo que quieras, ya eres mayorcita. Las cosas ya no son como antes, y tú eres una jovencita con dos dedos de frente. No puedo protegerte siempre». Al final va a resultar que él lo tiene más claro que ella. El patriarcado te da su beneplácito de ser dueña de tu vida, bonita, aprovecha.
En. Fin.
Quiero volver a repetir esto por si acaso aún no ha quedado lo bastante claro: no tiene nada de malo desde un punto de vista puramente literario que los personajes sean machistas. Lo que a mí me preocupa es que no me parece que en este caso sea una circunstancia intencionada por parte de la autora, con un objetivo comunicativo en mente. Eso sí que me parece más espeluznante.
Ale, con Dios, hierbajos.
3 comentarios :
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es una pena que el libro al final no resultara bueno; tiene muchas cosas que, de haberlas desarrollado mejor, serían interesantes.
ResponderEliminarFeliz año nuevo :3
ResponderEliminarMuero con lo del carrusel borra-memorias. ¿No hay otros hechos que estén encadenados a alguno de los que todo el mundo se ha olvidado? Ver el desbarajuste en toda una ciudad porque a una nena se le ocurre borrar un problema suyo sería más divertido que toda la trama de la historia.
ResponderEliminar¡Feliz año nuevo!