Este libro no es publicación de Neo, pero me da igual :D |
Aunque no lo parezca, aún estamos de fiesta en el Jardín [pero, mamá, es una fieshhhta], por lo del Neo y eso, ya sabéis. Y
El caso es que voy a hacer una corrección de algunas páginas escritas (y publicadas) por este buen hombre (de quien no he leído nada en mi vida, por el momento). Intenté conseguir Un haiku para Alicia, pero lo que tiene subido Plataforma Neo a internet no solamente es corto de cojones, es que además no se puede copiar ni descargar, y yo me niego a copiar a mano el texto, por corto que sea. Así que, heme aquí, con otro texto.
No tengo ni idea de de qué va La profecía 2013 (más allá de que, imagino, irá sobre una profecía, probablemente relacionada con el fin del mundo [¿los Mayas?]). Así que voy a poner la sinopsis aquí para irme metiendo en materia (para enterarme de en qué materia he ido a meterme).
La profecía 2013, de Francesc Miralles.
«El periodista Leo Vidal recibe la llamada de un anticuario del Barrio Judío de Girona, que ha hallado en el interior de una cómoda un pliego de cartas de Carl Gustav Jung. En estas, el discípulo esotérico de Freud se carteaba con un estudioso local de la Kabalah sobre la fecha del fin del mundo: 2013, cifra extraída de un cálculo numérico de la Biblia que coincide con la predicción del calendario Maya para el Apocalipsis. Sin embargo, las cartas entre Jung y el estudioso judío han sido robadas por una secta de nueva creación que busca una clave oculta en las mismas. Vidal investiga el paradero del documento y descubre que obran en poder de un movimiento ecologista radical -Renacimiento-, cuyo adinerado líder alberga un peligroso sueño: provocar una hecatombe en el primer mundo para que la humanidad empiece de cero en África, donde están sus orígenes, el año 2013.»
Ah… da fuq? Ya me imagino que Miralles no habrá redactado esta sinopsis, pero si la redacción de esta tiene algo que ver con el libro mismo… nos vamos a reír.
Bueno, al lío, ¿no?
Pues ale.
PRIMERA PARTE
LA CALLE CERRADA
1
Había consumido [Ortiga: referente: la llegada del sobre] el domingo por la tarde mirando con inquietud cómo el sol se desmoronaba detrás de las montañas [Ortiga: ¡uh! Metáfora interesante. Tiene sentido]. Aunque llevaba cuatro meses viviendo en aquella casa, todavía me hipnotizaba el espectáculo de los picos de Montserrat revestidos de luz dorada. Pronto caería la noche y empezarían a brillar las primeras estrellas.
Sin embargo, yo no experimentaba el menor sentimiento de plenitud [Ortiga: ya me has dicho que estabas inquieto. No te repitas]. Como si el paisaje crepuscular fuera el cierre de una etapa en la que había conocido cierta felicidad, de repente sentía que mi mundo estaba a punto de derrumbarse [Ortiga: no, no, ¡no!, ¡NO! ¡¿Por qué?! Ibas bien, joder, ¿a cuento de qué te me pones explicativo, eh? ¡A ver! Ya me has hecho una metáfora chula con el sol desmoronándose, queda claro el estado de ánimo del personaje, ¡no me lo deletrees! Habría que mandar todo este párrafo a la porra].
Mientras cerraba los ventanales del balcón —entrado junio, aún refrescaba—, me dije que aquel mal presentimiento debía de ser simple aprensión de padre: Aina había salido en coche con Ingrid protestando de buena mañana y no habían regresado aún.
Pero cuando, de vuelta al salón, advertí el sobre junto a la puerta, supe que se avecinaban otro tipo de problemas. Desde mis investigaciones sobre el Cuarto Reino, nadie me había vuelto a contactar con métodos inusuales. Que alguien se hubiera tomado la molestia de acercarse a mi casa un domingo por la tarde y, sin llamar a la puerta, deslizar el sobre por debajo, era, como mínimo, desconcertante. Mi nombre escrito en paciente letra de imprenta [Ortiga: de la letra de imprenta podría decir muchas cosas, paciente no es una de ellas] no hacía más que confirmar esa impresión. [Ortiga: todo este párrafo es inmensamente explicativo.]
Tomé el sobre grande y amarillento entre los dedos con más temor que curiosidad y lo hice rotar 180° para ver el remitente:
Alfred Desmestre, anticuario
c/ de la Força 2, Gerona [Ortiga: pues a mí lo que más me sorprende es que te molestes en poner tu dirección en un sobre que no va a ser franqueado y lo dejes a la puerta de alguien de estrangis. ¿Hola? No quieres que te vea, pero ¿le das tu nombre y dirección? Mí no entiende.]
Intrigado, lo abrí procurando no rasgarlo por si contenía alguna documentación de valor, aunque en ese caso no tenía sentido que yo fuera el destinatario [Ortiga: no termino de entender esta conclusión. Quizá es algo para lo que necesitas haber leído el libro anterior].
Sólo había un pliego de fotocopias grapadas. Eran artículos y reportajes aparecidos en periódicos locales con un mismo denominador común [Ortiga: reiterativo]: el robo de antigüedades en las comarcas de Gerona. Después de la noticia sobre una banda que se dedicaba a desvalijar capillas románicas, leí con desinterés [Ortiga: el personaje ha pasado de la aprehensión al desinterés y (un poco más adelante) al aburrimiento supino, sin transición. Y ojo, que no digo que nos tengan que ir haciendo un croquis de todo, pero alguna referencia bien puesta a su cambio de actitud no estaría de más. Visto lo visto, yo ya no estoy tan impresionada por su corazonada de antes, la verdad: él mismo no se la toma nada en serio] el siguiente breve:
LADRONES QUE SE QUEDAN A VIVIR
Santa Coloma de Farners. La policía autonómica detuvo el pasado martes a cuatro hombres de nacionalidad italiana que, tras robar el mobiliario de una masía del siglo XVI conocida como Santa Creu, durmieron en una de sus dependencias al suponerla abandonada. Alertados por el propietario de un restaurante de montaña que había detectado el vehículo —una furgoneta blanca—, la familia propietaria denunció la ocupación de la finca. Tras la detención, la policía encontró en el interior de la furgoneta diversos muebles de valor procedentes de la masía.
Mientras hojeaba el resto de noticias entre bostezos, me pregunté, [Ortiga: fuera esta coma] por qué un anticuario me mandaba aquel dosier. ¿Qué interés podía tener para un americano desnaturalizado como yo aquella documentación?
La respuesta estaba al final del pliego, donde [Ortiga: coma] para mi sorpresa [Ortiga: coma] encontré un artículo publicado por mí, tres años antes, en un periódico de Santa Mónica. Estaba impreso en su versión para Internet.
Casi lo había olvidado: el reportaje de tres páginas hablaba de las actividades de una banda, entonces recién desarticulada, que se dedicaba a robar reliquias y obras de arte europeas para millonarios de la Costa Oeste. La organización actuaba prácticamente a la carta [Ortiga: una vez leída la explicación, el «prácticamente» casi que coge piernas y se saca él mismo de una patada]: sus clientes pedían qué pieza concreta deseaban para su mansión y la banda dirigía a sus miembros en Europa al lugar deseado, se tratara de edificios institucionales, museos o casas privadas.
La relectura de aquel trabajo que me había procurado algunas amenazas —los «clientes» jamás reconocieron que habían adquirido los objetos robados por encargo— me devolvió el recuerdo amargo de unos tiempos en los que yo era un periodista arruinado a punto de divorciarme de la madre de Ingrid.
Mi cuenta corriente seguía rozando el cero absoluto, sobre todo porque no había dejado de pagar la hipoteca de la casa en Santa Mónica, que algún día sería de mi hija; sin embargo, desde que había conocido a Aina en Barcelona, disfrutaba de una paz que había convertido el dinero en un problema menor [Ortiga: explicativo. Y además sospecho que, si has leído el libro anterior, resulta innecesario]. Y esa paz estaba a punto de desintegrarse sin yo imaginarlo [Ortiga: spoiler alert!!! ¡Contrólate!].
Una sorpresa al final del pliego me devolvió a Europa [Ortiga: digresiones que no vienen a cuento. Vueltas a la realidad que dejan a lector tiritando] y al misterioso anticuario [Ortiga: lenguaje de la conciencia y… shipping goggles!!! *-*]. Unido lateralmente con un clip, encontré un billete de 200 euros junto a una pequeña nota manuscrita:
Le espero mañana lunes en la dirección del remite.
Este billete es para cubrir los gastos de desplazamiento y compensarle por su tiempo [Ortiga: joder, qué tiempo tan caro].
Despegué el billete amarillo y lo miré con desconfiado estupor. El anticuario no había dejado su número de teléfono ni una dirección de correo electrónico para poder darle mi confirmación. Tal vez suponía que 200 euros eran suficiente acicate para un periodista que se ofrecía en los anuncios clasificados para hacer traducciones [Ortiga: esto podría haber sido interesante si estuviese puesto de una manera no explicativa].
En cualquier caso, si se trataba de una consulta sobre arte robado —aunque yo no era ningún especialista—, bastaría con salir temprano al día siguiente para estar de vuelta al mediodía.
Al doblar el billete y meterlo en mi cartera tuve la impresión de que firmaba tácitamente un contrato con Alfred Desmestre para un asunto que desconocía [Ortiga: concepto interesante, texto explicativo]. De haber sabido el lío en el que estaba a punto de meterme, hubiera devuelto inmediatamente el billete al sobre, junto con toda la documentación, y se lo habría mandado por mensajero a su remitente [Ortiga: SPOILER ALERT!!!!!].
El chillido de un frenazo me dijo que mis dos amores acababan de llegar. Y al parecer la excursión a Barcelona no había ido todo lo bien que debería, ya que Ingrid atravesó el salón furiosa [Ortiga: explicativo. Si lo eliminas, se sobreentiende perfectamente. Mira, tú, qué fácil] y subió las escaleras hacia su habitación sin saludarme. Segundos después [Ortiga: coma] estalló un portazo en el piso de arriba. [Ortiga: este párrafo mola porque: A) dice cosas sobre la manera de conducir y (por extensión) la personalidad de la mujer, pero sin deletrearlo; y B) da una idea de cómo es la casa sin ponerse explicativo. Sin embargo, le veo un pesudo-fallo: tal y como está puesto, da una sensación de precipitación que me lleva a pensar no solo que han aparcado justo a la puerta de la casa, sino que además la puerta de la calle da directamente al salón, ni recibidor ni leches (y eso es raro en una casa —no un apartamento).]
Detrás de ella llegaba Aina, mi pareja desde que me había establecido en el país [Ortiga: esta explicación es rigurosamente innecesaria. Por favor, que alguien la tache], con lágrimas en los ojos. Se sentó frente a mí en la mesa donde descansaba el sobre y, con los codos apoyados en la madera, me dirigió una mirada de recriminación:
—Alguien tiene que educar a esta salvaje —exclamó—. Sólo tiene catorce años y ya se cree con derecho a todo. Pretendía que la dejara quedarse esta noche en Barcelona, sólo porque ha conocido a un tipo en un café donde hemos merendado. ¡El viaje de vuelta ha sido un infierno! Daba tantos puñetazos al salpicadero que casi nos matamos.
—Tú también tienes el carácter fuerte —dije tratando de disculpar un poco a Ingrid, lo que no hizo más que enfurecer a Aina. [Ortiga: ya está: ODIO al protagonista. Y a su hija. De tal palo, tal astilla. Ojalá se los carguen a ambos en páginas sucesivas.]
—Leo, tómate en serio este aviso: o metes a esa niñata en cintura o me acabaré largando. Supongo que es lo que ella quiere. [Ortiga: yo lo que no entiendo es por qué no te largas ya, hija. Este tío es retrasado, y eso por el momento no tiene cura.]
[Ortiga: aquí es donde yo normalmente dejaría de leer este libro. No me malinterpretéis: el libro está infinitamente mejor escrito de lo que me temía (de lo que me tienen acostumbrada), pero libros en los que salen personajes a los que aborrezco sólo los leo si son MUY buenos —ejemlasoledaddelosnúmerosprimosejem. No es el caso.
No obstante, haré un poder. Voy a aguantar un capítulo más, por la corrección, que siempre es útil.]
2
Estuve una hora larga tumbado mientras la oscuridad daba paso a la evanescente luz del alba. Cavilaba sobre lo que había dejado atrás al otro lado del océano. Ciertamente no mantenía relación alguna con mi ex mujer, que había renunciado a criar a su propia hija, pero de algún modo el suelo sobre el que has crecido siempre te aporta seguridad. [Ortiga: reflexión explicativa express. Si no vas a hacer algo útil-interesante con ella, ahórranosla.]
Aunque mi padre había regresado a su Barcelona natal cuando yo era un niño — me había rogado que no intentara ponerme en contacto con él—, para mí aquél aún era un mundo extraño. Había dedicado seis meses a aprender el idioma, y ahora era el perfecto americano desclasado que sólo puede aspirar a dar clases de inglés en una academia de segunda. [Ortiga: explicaciones, explicaciones. Y otra cosa: seis meses tu puta madre. En bicicleta. Ya te lo recordaré yo luego cuando empieces a marcarte diálogos.]
Dejé de lado mis lamentos para contemplar a Aina bajo la primera luz del día. Su melena rizada se desparramaba sobre la almohada como un mar de olas doradas. Le llevaba algo más de diez años, pero parecía estar a gusto conmigo: un hombre sin un pasado digno de mención y con un futuro más que incierto. Merecía mi amor ya sólo por eso. [Ortiga: explicaciones, explicaciones.]
Planté un beso en su frente antes de salir de la cama y subir en batín al piso de arriba.
Aún retumbaba en mis oídos el portazo de Ingrid la noche anterior. Sin embargo, al verla dormir plácidamente en su cama, me pareció una criatura incapaz de romper un plato [Ortiga: received text]. El cabello rubio y lacio, como el de su madre, dejaba al descubierto una mejilla llena de pecas mientras movía ligeramente los labios entre sueños. [Ortiga: y venga explicaciones.]
Salí de su cuarto con la sensación —tal vez fuera sólo autoengaño [Ortiga: gracias por destriparme una de las pocas cosas no explicativas, narrador. Muy considerado de tu parte]— de que dejaba la casa en orden y podía partir hacia Gerona sin más sobresaltos.
Llevaba ya una hora al volante cuando empezó a perfilarse la silueta de la ciudad, con su maciza catedral sobre el río. Para realzar aún más esa estampa, en mi equipo de música sonaba John Dowland, el compositor y laudista del Renacimiento que tocó para Jaime I de Inglaterra [Ortiga: yo no oigo nada, porque esto que está haciendo es informar, no narrar].
Este artista melancólico por elección —tituló una de sus obras Siempre Dowland, siempre triste— logró hacerse muy famoso en su época y pasar a la posteridad con poco más de ochenta canciones, que cantaba él mismo acompañándose del laúd, y algunas piezas breves instrumentales. Un trovador listo que debía de encandilar con sus lamentos musicales a no pocas mujeres. [Ortiga: y esto me importa porque…]
Yo había escuchado compulsivamente sus pavanas e himnos fúnebres durante las largas noches de estudio en Berkeley. Lo había recuperado recientemente al recibir como regalo de Aina, en mi 42 cumpleaños, una versión insólita de Sting titulada Canciones desde el laberinto. [Ortiga: blah, blah, blah, voy a seguir hablando para poder rellenar otra página antes de decir algo útil.]
Mientras escuchaba el CD al entrar en Gerona [Ortiga: coma] me dije que el cantante de The Police demostraba una capacidad vocal extraordinaria, pero no sabía decir si aquella versión me gustaba. En algunas canciones tenía la sensación de que era más Sting que Dowland. [Ortiga: y dale molino.]
Este dilema musical cesó al dejar el viejo Seat Ibiza en un aparcamiento del centro de la ciudad [Ortiga: gracias al cielo, ya se calla]. Recogí el ticket y me puse una americana de algodón para presentarme ante el anticuario que alquilaba mis servicios por 200 euros.
Antes de llegar a la Rambla que conduce al casco viejo, donde antaño había estado la Judería, me detuve en un puente sobre el río Onyar. El panorama de casas de colores que se reflejaban en el agua me devolvió a la melancolía de Dowland [Ortiga: and here we go again]. Los bajos lamidos por la humedad hablaban de tiempos en los que el curso del río debía de haber puesto en peligro estas edificaciones de belleza decadente [Ortiga: esto mola, pero molaría más si tuviese una intención]. Abandonado el panorama desde el puente, avancé entre cafés y tiendas cerradas a aquella hora de la mañana. La Rambla desembocaba en un callejón que torcía a la derecha hasta la cuesta de entrada al Barrio Judío, que parecía impecablemente restaurado.
Me interné en lo que debía de haber sido la arteria principal de la Judería, justamente la calle de la Força [Ortiga: coma] donde tenía su negocio el anticuario. Tal vez llegaba demasiado pronto, ya que todos los establecimientos estaban cerrados, pero el romanticismo de aquella calle flanqueada de edificios nobles me hizo olvidar el motivo que me había llevado hasta allí [Ortiga: la relación entre ambas proposiciones es tan remota que hasta el «pero» se le queda corto].
Al llegar al final de la cuesta me di cuenta de que no había prestado atención al número del anticuario. Esto me obligó a bajar nuevamente mientras curioseaba en los escaparates de las tiendas. Pasé por el Museo de Historia de los Judíos, con una librería dedicada también a la cultura hebraica. [Ortiga: y seguimos rajando.]
Mientras me preguntaba si quedarían familias judías en la ciudad, llegué al número 2. El rótulo correspondía efectivamente a una tienda de antigüedades. Sin embargo, el escaparate estaba tapado con tela de saco como si el local estuviera en obras.
Llamé al timbre sin demasiada convicción de encontrar a alguien, a fin de cuentas, aún no eran las diez de la mañana, pero pocos segundos después se abrió una puerta lateral. Al ver a un hombre moreno de nariz aguileña, con una chaqueta de pana sobre los hombros caídos, tuve la certeza de que me hallaba ante Alfred Desmestre. Aunque tendría poco más de cincuenta años, su mirada cansada pero sagaz me decía que era alguien acostumbrado a fijar al momento el valor de las cosas. Y en aquel momento me estaba tasando a mí. [Ortiga: descripción explicativa, plana. Pero he visto cosas peores.]
[Ortiga: hay al menos una cosa que puedo concederle sin reservas a este texto: puntuación impecable en los diálogos. Atentos:]
—Si usted es Leo Vidal —dijo con suave voz cantarina—, ha llamado al timbre correcto.
—Espero no llegar demasiado pronto —me disculpé—. Lo cierto es que me gustaría estar de vuelta antes de la tarde.
—Me temo que no va a ser posible — replicó el anticuario.
Esta aseveración me irritó y mi interlocutor lo advirtió enseguida, ya que se apresuró a añadir: [Ortiga: si omites esto, se entiende por la propia intervención del personaje.]
—Quiero decir si le interesa el encargo, por supuesto. Considere lo que ha cobrado como una simple compensación por el viaje, luego hablaremos de cifras.
Español en seis meses. Of course. |
—Mejor dicho —me interrumpió el tal Desmestre—, vamos a hablar de una cifra. Tiene sólo cuatro dígitos, pero si le añadimos tres más, podemos ganar una fortuna.
—¿Podemos? —repetí [Ortiga: coma] lamentando ya haber acudido a la cita con aquel iluminado.
—Eso mismo he dicho: usted y yo podemos ganar una pequeña fortuna si tiramos del hilo adecuado.
—Yo que usted, no utilizaría el plural antes de saber si me interesa el asunto — dije poniéndome a la defensiva.
—Le interesará, no lo dude.
El anticuario cerró estas palabras poniéndose las manos en los bolsillos mientras arqueaba ligeramente las cejas canosas. Tenía el aspecto de ser un lince de los chanchullos [Ortiga: salida de registro]. Por los rasgos angulosos de su cara, probablemente era de ascendencia judía, como yo.
—Ya veremos —repuse—. Lo mejor es que pongamos en claro desde ahora de qué va el asunto [Ortiga: si lo dice el guiri, y con esta dicción, habrá que hacerle caso].
—Estoy con usted, pero permítame que primero le enseñe un poco el barrio. Nos sentará bien un paseo antes de hablar de negocios.
En fin. Hasta aquí, Serafín.
La verdad, no me avergüenza lo más mínimo admitir que no me esperaba esta calidad de escritura por parte de una persona que había publicado con Plataforma Neo. Ey, no me miréis así, ya sé que no hay que juzgar a un libro por su cubierta, ni a un autor por haber publicado con la misma editorial que la Saga Delux, pero… bueno, todos tenemos de cuando en cuando nuestros prejuicios, yo no soy la excepción.
Y el veredicto final es: **redoble de tambores** este libro podría pasar como un best seller sin demasiadas aspiraciones (muy del rollo Dan Brown). Es decir, la puntuación es correcta, hace un empleo adecuado de vocabulario, no hay terneros pastando a sus anchas... Y ya. Eso es todo lo positivo que puedo decir.
[Zarza: tía, si el texto es tan plano como una meseta.
Ortiga: no. Las mesetas tienen más volumen. Este libro sólo podría existir en Flatland.
Zarza: xDDDDDD Loving it!!!]
Aunque algunos casos sí son evidentes, me sigue costando darme cuenta de que estoy ante un texto explicativo. A ver, ¿se considera explicativo absolutamente todo lo que sea decir directamente qué piensa o cómo se siente un personaje?
ResponderEliminarTampoco termino de entender la diferencia entre el resumen narrativo y narrar lo que hace y siente el personaje. Muchas veces no se me ocurre cómo se podría transmitir eso de otra forma sin contarlo y haciendo que no quedara lugar a dudas sobre lo que quiero decir.
Por poner un ejemplo, si escribo: "Cuando Fulanito llegó al chalet de sus padres, Momo, el enorme labrador negro de estos, se le echó encima. Fulanito no pudo contener una mueca mientras trataba de poner a salvo su ropa de aquel montón de pelos y babas."
Eso es un resumen narrativo, ¿no? Y también estoy explicando claramente que Fulanito es un tiquismiquis al que no les gustan los animales. Pero no se me ocurre otra forma de transmitir que Fulanito ha ido a ver a sus padres y que no le gustan los animales.
Como siempre, es impresionante todo lo que puedes sacarle a un texto. A menos que esté claramente mal escrito (con faltas u oraciones sin sentido) yo no soy capaz de percatarme. Siempre aprendo mucho con estas entradas, así que gracias por molestarte en hacerlas.
>>¿se considera explicativo absolutamente todo lo que sea decir directamente qué piensa o cómo se siente un personaje?
ResponderEliminarNo sé si estamos entendiendo lo mismo por "decir directamente". Si te refieres a hacer cosas como: Fulanito se sentía triste porque su novia le había dejado; sí, eso es explicativo. No soy amiga del "siempre", pero diré que en general es así.
>>"Fulanito no pudo contener una mueca mientras trataba de poner a salvo su ropa de aquel montón de pelos y babas."
Ahí no estás diciendo directamente cómo se siente el personaje. En ninguna parte pone "no le gustan los animales". Eso es un ejemplo sencillo de cómo sí hacer las cosas, en realidad.
En todo caso, vamos a escribir sobre resumen narrativo en la sección de Yo también quiero ser escritor. Lo que me pides que explique es un tanto rollo para un mensaje, así que me temo que tendrás que tener paciencia.
Con amorr,
O.
Muchas gracias. Estaré atenta para cuando salga la entrada.
ResponderEliminarUf. Me leí la entrada en pro del aprendizaje pero lo sufrí mucho. Este no es un autor que leería voluntariamente, acabo de verlo confirmado. Gracias por la corrección ^^ y por la próxima entrada de "resumen narrativo", estaré atenta. Saludos.
ResponderEliminarSólo he leído el inicio de la entrada por ahora, pero quiero decir que les busqué a la rápida "Un haiku para Alicia" y no lo encontré.
ResponderEliminarComo sea, si de todas formas buscan otros libros del autor les dejo un link poco legal (?):
http://lolabits.es/action/SearchFiles?IsGallery=False&FileName=Francesc+Miralles&FileType=all&SizeFrom=0&SizeTo=0&Extension=
Te agradezco el link, Trixie, aunque dudo que llegue a leer mucho de este autor: no escribe lo suficientemente mal y paleto como para que me resulte divertido ni lo suficientemente bien como para que me guste por otros motivos.
ResponderEliminarCon amorr,
O.
Aunque me encantan vuestras correcciones, esta vez casi he muerto en el intento. ¡Madre mia, qué libro más aburrido! Eso de meter tantas explicaciones inútiles es lo que más odio.
ResponderEliminarPor mi parte, si que he leido algún que otro libro del autor, pero lo único que recuerdo es que les sobraban explicaciones.
Un saludo^^
So much Dan Brown. A mí estas clase de libros de tintes "realistas" y conspiranoicos los leería para probarme a mí misma hasta qué punto es capaz el ser humano de rebuscar entre los escombros de las historias del pasado o para crearse algo nuevo xDD
ResponderEliminarA decir verdad....¿Qué cosa no me aburriría leer hoy día? Soy un monstruo. Meh.