Donde la literatura y la maldad se toman un té

viernes, 9 de febrero de 2018

Cincuenta Malas Hierbas de Grey - Capítulo 7

Buenas, buenas, queridos hierbajos. He regresado con más droga de la buena [e.e]. Sé que ya se os había pasado hasta el mono. Vengo a convertiros en reincidentes.

El caso es que este es el último capítulo que vamos a publicar aquí en el blog. Esta es otra de esas cosas pendientes que Zarza y yo queríamos finiquitar antes de dar el pistoletazo de salida de las Jornadas Rowling [coming soon. Very soon... e.e].

Tanto Zarza como yo vamos a terminar de escribir los fics aunque no sigamos publicando aquí. Luego ya cuando lo tengamos todo completo veremos qué hacemos con ellos: wattpad, blog… Un mundo de posibilidades. MUAJAJAJA.




7

—Pero ¿tú no tienes casa?

O trabajo, ya puestos.

Le miro parpadeando por encima de la pantalla del ordenador. El cliente al que acabo de cobrar todavía se gira para echar una ojeada por encima del hombro en nuestra dirección antes de salir por la puerta de la ferretería.

—¿Es así cómo recibe a todos los clientes, señorita Dioica? —Su sonrisa es muy golpeable.

Casi puedo oír en mi mente la voz de Zarza pidiéndome que le golpee.

Mi jefa me mira de reojo a un par de pasillos de distancia. Resoplo.

Así que esas tenemos.

Suelto el ratón y me enderezo la camisa.

—¿Qué es lo que desea, señor? —le pregunto con mi mejor sonrisa mientras salgo de detrás del mostrador. Puedo ver cómo cambia de postura y su sonrisa se afila. Parece más grande cuando sonríe así, como un pájaro hinchando las plumas—. ¿Quizá más cuerda?

O quizá tornillos. Te faltan unos cuantos.

—¿Por qué no? Siempre puede ser útil —me concede. Realmente le encanta que le siga el juego.

Le conduzco por un pasillo lateral, alejándolo de mi encargada y su mirada acusadora. Me relajo un poco cuando nos encontramos a resguardo.

—En serio —vuelvo a atacar—, ¿no tienes casa?, ¿trabajo? —¿familia?—. ¿Qué haces aquí?

Mi turno casi ha terminado. ¿Por qué?

—Hicimos un trato, si mal no recuerdo, señorita Dioica. Una hora…

—Todavía no he firmado nada —le recuerdo yo a mi vez.

—Es cierto. —Su voz me vibra tras las costillas—. Todavía no lo ha hecho.

—Y ¿para qué necesitas tanta cuerda de todas formas? —Llegamos al pasillo correcto y me paro para encararle. Es casi la hora de cerrar, así que ya no queda mucha gente en la tienda—. ¿Estás construyendo una balsa de troncos o es que tienes a alguien amordazado en tu sótano?

Levanto una ceja. Él parece hincharse aún más.

—Se me ocurren lugares más apropiados que un sótano para tales actividades, Urtica.

—Mmm, como ¿una mazmorra, por ejemplo? —¿Es absolutamente necesario que sonrías de esa manera? ¿En qué pasillo estaban las limas?

Resisto con todas mis fuerzas la tentación de poner los ojos en blanco.

Fracaso estrepitosamente.

Veo cómo se le tensa la mandíbula, aunque consigue que no le tiemble la sonrisa.

Si no fuera porque el tipo da un poquito de mal rolo, estaría todo el rato haciéndolo. Solo por joder.

No literalmente.

—En todo caso —continúa—, no, no he dejado a nadie amordazado en mi casa. Eso sería… irresponsable por mi parte, marcharme en tales circunstancias.

—Así que ese es tu pasatiempo de ricachón: amordazar gente —me río.

Pasa una mano sobre los rollos de cuerda de la estantería, pero no deja de mirarme fijamente.

—Entre otras cosas. Sí.

Eh… okay.

Y de pronto mi espacio personal se siente mucho más pequeño de lo que debería. Ah, claro, es porque cierta persona me lo está invadiendo.

Me cruzo de brazos, los ojos entrecerrados.

—¿Qué? —Quita, bicho.

Una broma. Necesito una broma para desviar la atención.

—No estarás pensando en amordazarme a mí también. —Intento resistir la tentación de hinchar los carrillos.

No funciono bien bajo presión.

Veo el peligro justo antes de que se incline otro par de grados sobre mí y levante una mano para rozarme la mejilla con el dedo.

—¿Eso te gustaría? —susurra, la voz muy oscura.

Eh… Fuck!!

—¡¿Qué?! ¡No! —Doy un paso atrás, sorprendida.

Me lo quedo mirando con los ojos muy abiertos durante un instante.

¿Qué diablos…?

Él se endereza, saliendo por fin de mi burbuja personal. La sonrisa le abarca casi la mandíbula de lado a lado.

—Tal vez no debería hacer bromas que no va a saber continuar, señorita Dioica —ronronea al fin, la risa le brilla en los ojos.

Me pongo roja. A lo bestia. Como un cartel de neón con esteroides. Así de roja.

Entonces sí se ríe. Las carcajadas le reverberan en el pecho como el retumbar de un tambor. Yo noto la sangre tan caliente en la frente y las mejillas que creo que se me fundirá el cerebro. Necesito echarme agua. Y entre tanto él se sigue riendo.

Necesito. Agua.

Fría.

Me doy media vuelta para escabullirme, pero él me detiene por el brazo.

—Necesito ir al baño —farfullo, intentando sacudirme su mano de encima sin mirar, la cara vuelta hacia el lado opuesto.

Calor. Calor. Calor.

Intenta rodearme.

Socorro.

—No escondas la cara. —La risa todavía no ha desaparecido de su voz, pero suena más serio—. Me gusta cuando te sonrojas.

Oh, genial. Lo que nos faltaba.

Me tapo la cara con ambas manos mientras niego furiosamente con la cabeza.

—¡No tiene gracia!

Intenta tirar de mis muñecas, pero no me dejo.

—¿Por qué te avergüenzas? —Ahora parece sinceramente curioso. Eso lo hace casi peor.

Es muy grande. ¿Dónde están esos veinte centímetros extra que necesito? Como se le ocurra abrazarme ahora, cortocircuitaré.

—No me avergüenzo —le espeto por detrás de las palmas, procurando mantener la distancia—. Me da vergüenza. Hay una diferencia.

Calor. Mucho, mucho calor. Un calor como un pitido dentro de la cabeza. Como vapor que se acumula, a presión.

Necesito. Agua. Fría.

—Está bien —dice al fin—. Tu turno ya ha terminado. Recoge tus cosas. Te esperaré fuera.

Me suelta.

¡Señor, sí, señor!

El sarcasmo me araña la garganta por querer salir mientras me escabullo por el siguiente pasillo y paso por la puerta del almacén, intentando mantener mis prioridades claras. No me sorprendería si me estuviera saliendo vapor por entre el pelo.

¿Por qué yo?

———————

—¡Que dejes ya de reírte! ¡No es mi culpa!

Estamos en la calle. Su coche está aparcado a la puerta de la ferretería, su chófer sentado al volante haciéndose el desentendido.

—Tu inocencia es casi enternecedora. —La risa se le escapa entre dientes agudos.

No quiero ni siquiera saber qué significa eso.

—No es mi culpa —repito, enfurruñada.

No lo es. Y tampoco es una cuestión de inocencia. Bueno, a lo mejor un poco sí, pero eso es otro tema. Me pongo roja por cosas que ni siquiera me dan vergüenza. Pues cuando algo me da vergüenza pasa eso. No puedo evitarlo.

Él vuelve a reírse.

Parece más joven cuando se ríe así. Menos serio. Y menos grillado, también. Eso sí es bastante enternecedor, en realidad. ¿Qué puedo decir? Tengo debilidad por los tipos grandes. Y por los perros grandes. Cuanto más grandes, más bobos. Son adorables.

Necesito un perro.

Ortiga, céntrate.

—Todavía no me has dicho por qué estás aquí —atajo.

—¿No has leído mi mensaje?

—¿Mensaje? —Saco mi nuevo móvil ladrillo del bolsillo para mirar—. No tengo ningún mensaje.

No me da tiempo siquiera a volver a levantar la mirada hacia él antes de que me quite el móvil de las manos a traición.

—¿Qué es esto? —me pregunta con voz súbitamente contenida, sosteniendo el cacharro con dos dedos precavidos por encima de mi cabeza.

Intento alcanzarlo.

—Mi móvil. ¡Trae!

Y me ha costado lo mío encontrar uno, que esos no los venden en cualquier lado. Trátalo con amor y respeto.

—¿Dónde está la BlackBerry que te envié esta mañana?

—Oh. —Dejo de saltar—. ¿Esa cosa que llegó esta mañana es una BlackBerry?

—Sí —contesta, seco, la mandíbula tensa.

—Y… —titubeo—, ¿para qué sirve?

Me mira con los ojos entrecerrados, creo que intentando decidir si hablo en serio o me estoy quedando con él.

—¿Qué? —me defiendo—. Era un cacharro raro con muchos botones. Yo pensaba que las BlackBerries eran móviles.

Se está haciendo de noche y algunos coches pasan ya con las luces delanteras previsoramente encendidas.

—Es un móvil. —Su expresión se suaviza un tanto antes de pellizcarse el puente de la nariz con dos dedos—. Sirve para llamar. Y para conectarse a internet.

—Si se conecta a internet, eso es un ordenador —zanjo, convencida—. Y ahora devuélveme mi móvil, por favor. —Tiendo una mano.

—¿Esto? —vuelve a poner cara de estupefacta incomprensión.

—Sí, eso.

—Esto no es un mó…

—Sirve para llamar y para enviar mensajes. Es un móvil. Y es mío. Dame. —Se lo arranco de la mano por fin—. Me ha costado un montón encontrar uno sin cámara.

—Pero…

—¡Shh! —le corto mientras acuno el móvil contra mi pecho—. Herirás sus sentimientos. No me interesa tu frambuesa fancy con un montón de cachivaches que no voy a utilizar. Me gusta este.

Por una vez desde que le conozco, parece demasiado aturdido como para contestar. Yo aprovecho para volver a guardar el móvil en lugar seguro. Me miro el reloj y dejo escapar un suspiro resignado: he perdido el autobús, me va a tocar esperar un buen rato.

—Taylor nos acercará a tu apartamento —zanja él motu proprio—. No hace falta que esperes al siguiente autobús.

Le miro con los ojos entrecerrados.

—¿Desde cuándo lees el pensamiento? —Lee esto, cara culo—. Un momento, espera…

¿Nos?

Suspiro.

—Como te decía en el mensaje que no has leído, porque no tienes un teléfono apropiado —Estoy a punto de interrumpirle, pero no me deja, el tono duro—, hoy te acompañaré yo a casa. Ya he hablado con la señorita Kavanah. No es sensato que vayas por ahí tú sola a estas horas. Al menos hasta que este asunto con el fotógrafo se resuelva.

—Oh.

Vaya.

—Gracias. —Parpadeo, un poco sorprendida.

Él me mira con cierta incredulidad.

—¿Gracias? Eso sí es inesperado. —Ya le veo la sonrisa empezar a estirársele por el lado izquierdo—. ¿No me vas a decir que no es necesario y que puedes cuidarte sola?

—Puedo cuidarme sola —asiento—, pero te agradezco que te preocupes por mí.

Le sonrío. Él tensa un poco los hombros.

—Además, es verdad que después de lo de ayer me sentiría un poco mejor si no tuviera que caminar sola a casa. —Lanzo una mirada distraída hacia el final de la calle, incómoda—. Ya sé que todo el mundo piensa que soy una insensata, pero tampoco carezco por completo de instinto de supervivencia: soy consciente de que ese colgado es más fuerte que yo.

Y ya no cuento con el elemento sorpresa. No es cuestión de tentar a la suerte una tercera vez.

—Se agradece la compañía.

También viene bien que en este caso la compañía sea un tipo dos por dos, que eso intimida más. Aunque, en realidad, la mayor parte de los agresores son lo bastante cobardes como para que la simple presencia de testigos activos haga que se lo piensen dos veces, independientemente del tamaño de dichos testigos. Pero bueno, una ayuda extra nunca está de más.

—Así que sí: gracias —repito, sonriéndole de nuevo muy felizmente.

Él parece dudar un momento, aún ejercitando esa manía suya de mirar con demasiada fijeza. Por fin sacude un poco los hombros, como para desentumecerse, y me devuelve la sonrisa, que por una vez no parece presagiar una dentellada.

—De nada, Urtica —contesta, y su mirada también parece más redondeada que de costumbre, más suave. Me tiende una mano—. ¿Me permite pues acompañarla a su apartamento, señorita Dioica?

Le lanzo una sonrisa de gato, las cejas levantadas.

—Bueno, te dejo que te vengas —le digo conteniendo la risa, aunque no le tomo la mano—, así de paso recoges tu frambuesa.

——————————————

—¿Quieres beber algo? —le pregunto mientras atravieso el salón en dirección a la cocina, ya con las zapatillas y las gafas de andar por casa.

Él está sentado en el sofá.

La idea no era que te acoplases a café, pero bueno, supongo que tendré que ser agradecida.

Me pregunto a qué hora llegará Zarza. Pensaba que ya estaría en casa. Kate tampoco está. Cuando este se largue les mandaré un mensaje a ambas para ver por dónde andan.

Me paro en el umbral de la puerta.

—Aunque me veo en la obligación de advertirte que nunca he preparado café y no sé cómo funciona la cafetera.

De ahí puede salir cualquier cosa.

Le veo sonreírse.

—Un vaso de agua estará bien —me contesta.

Sabia decisión.

—¡Ok!

Dos minutos después regreso con dos vasos de agua y un paquete de nachos estrujado entre un brazo y el cuerpo, esto último resultado de un momento de duda sobre protocolos y reglas de hospitalidad.

—Aquí tienes —le tiendo su vaso y me dejo caer en la otra punta del sofá.

—Gracias, Urtica.

—Bueno, ¿qué era eso que querías enseñarme? —le doy un sorbo a mi agua.

A él se le ponen los ojos muy redondos de repente. Mira hacia abajo, al hueco entre sus piernas y la mesita de centro. Se hace un silencio.

¿Hola?

Me asomo para mirar también, a tiempo para ver una mano alisando el pantalón de él a la altura del tobillo.

—Uy. Perdón —dice una voz. Y la mano desaparece de nuevo bajo la mesa.

Parpadeo. Grey y yo nos miramos. Silencio.

¿¿Hola??

Me inclino despacio y asomo la cabeza bajo la mesa. Zarza se aplasta contra el suelo de moqueta con cara de ciervo deslumbrado. Nos quedamos mirándonos un instante.

—Ho…¿la? —Parpadeo despacio.

—¡Bu!

Del susto empujo el sillón diez centímetros, mostrenco dos por dos encima incorporado. La estructura de la mesa también pega una sacudida.

Sí. Eso ha sido mi cabeza.

Me llevo las manos a la frente.

—¡Aaaaaaah! —lloriqueo.

Se oye una risa de perro pulgoso.

—Me cago en tu vida, ¡serás furcia!

Grey está raudo a mi lado y me ayuda a incorporarme agarrándome por los hombros.

—Urtica, ¿estás bien?

—¡Aaaaah! —continúo.

—¿Cómo ha podido asustarte? ¡Ya la habías visto!

La cabeza de Zarza asoma entonces por debajo de la mesa.

—Es un don. Lo tienes o no lo tienes.

—¡Cállate, furcia! ¡Y sal de ahí! —vuelvo a espetarle.

Ella se echa a reír una vez más como una desquiciada. Así que meto un pie debajo de la mesa e intento atizarla. Grey sólo contempla la escena con una estudiada cara de póquer.

Mi zapatilla desaparece bajo la mesa. Zarza emerge, sin mi zapato. La miro acusadoramente antes de volver a meter la pierna bajo la mesa y tantear para encontrarlo.

—Perdona, ha sido una semana muy larga —dice encogiéndose de hombros—. Bueno, en realidad ha sido un fin de semana, pero se me ha hecho tan largo que me ha parecido una semana entera. Una muy larga.

Entonces se gira hacia Grey. Él sigue estudiándonos como quien no quiere que se le vean las cartas.

—Hola —saluda Zarza—. Siento haberte agarrado el tobillo. No quería asustarte a ti. Me equivoqué de pierna. —Hace una pausa—. Ortiga tampoco se depila.

Ella y yo nos miramos antes de estallar en carcajadas.

Él consigue reaccionar al fin y tiende una mano, formal.

—¡Ah, sí! —reacciono yo también—. Esta es Zarza. Zarza, este es… —me lo pienso.

Christian suena demasiado personal.

Le miro.

¿Grey? Raro. ¿El colgado del que te hablé? Se va a ofender. ¿Mi acosador particular? Tampoco. Me estoy quedando sin ideas. Mmm… ¿alguien?

Él me devuelve una mirada divertida.

—¿Te has olvidado de mi nombre, Urtica?

—¡No!

Zarza me mira con sospecha.

—Esta vez no. ¡De verdad! —insisto.

—Soy Christian Grey —ataja—. Un placer conocerla, señorita Zarza.

Se estrechan la mano con firmeza.

—Hola. Señor Grey.

Nos quedamos los tres mirándonos en un silencio tenso.

Awkward.

Zarza frunce el ceño.

—¿Sabíais que los machos de caballito de mar son los que dan a luz a las crías?

Uno diría que este es el momento en el que el silencio solidifica y todo el mundo muere asfixiado, pero Grey demuestra ser un animal muy adaptativo.

—Fascinante. Lo cierto es que no lo sabía —dice.

Me lo quedo mirando con franca admiración. Le ha salido un tono de lo más natural.

—Sí —continúa Zarza—, resulta curioso cómo los roles que se asignan a los sexos se intercambian y se difuminan dependiendo de si se trata de aves, peces, reptiles o mamíferos.

—En efecto —concede él, serio.

—Es un tema sobre el que se pueden decir muchas cosas. —Ella me mira acusadoramente.

Y ahí acaba todo una vez más.

—Bueno, ¡yo lo he intentado! —zanja Zarza.

Sí, la verdad es que esto hay que concedérselo. Yo la hubiese ayudado, de verdad, pero no reírse requiere concentración.

—¿Te importa que beba de tu vaso, Ortiga? —Se repantinga en el sofá a mi otro lado.

—¿Le interesan los animales, señorita Zarza?

Ah, pues no había acabado del todo. El tío debe de estar muy motivado.

—No, en absoluto —contesta muy seria—. Lo que le acabo de decir me parece de cultura general.

Y mi concentración se rompe. Comienzo a reírme como una loca. Zarza compone una de sus sonrisas de gato mientras yo procuro no asfixiarme.

Grey tiene otra vez esa cara de póquer tiesa como si le hubiesen metido la cabeza en un tanque de laca.

—Bueno, señorita Zarza —Está intentando desesperadamente traer la conversación a una apariencia de normalidad. Pobre—, ¿cuánto hace que Urtica y usted son amigas?

—Muchos años. Aunque no veo la relevancia. El tiempo es... muy relativo. Para unas personas más que para otras —Se ríe ella sola. Luego nos mira y aclara—: Ortiga estuvo cinco años pensando que yo era rubia.

Grey me mira.

—Entonces supongo que no puedo quejarme de que no te acuerdes de mi nombre, Urtica.

—¡A ver! Es que ¡no lo entendéis!

Zarza vuelve a su risa pulgosa. Él, por otra parte, me mira con las cejas levantadas, a la espera de una explicación. Y Zarza sigue riendo.

—Es una historia larga de contar —atajo.

Y tampoco quiero que te quedes tanto rato.

—Podemos dejarlo para una de nuestra sesiones.

Al menos así habrá algo de lo que hablar.

Zarza me mira con una ceja arqueada.

—No es lo que piensas —la señalo con un dedo.

—¿Terapia de pareja? Menos mal.

Grey está frunciendo el ceño ahora. No quiero saber lo que está pensando. De verdad, no quiero saberlo.

—A ver, furcia. Es una historia larga de contar.

—Qué Sherezade estás esta noche. —Y le da un trago a mi agua.

—Total. —Me vuelvo hacia Grey una vez más.

Acabemos con esto.

—¿Qué era lo que querías decirme?

Él lanza una mirada de reojo a Zarza.

—A menos que sea un tema del que no se pueda hablar en público —puntualizo con precaución.

Ahora estoy intrigada. Y el hecho de que Zarza se esté asomando por mi lado para verle mejor me dice que ella también.

—Por mí no os cortéis. Haced como si no estuviera. —Sonríe enseñando todos los dientes.

Grey carraspea y se cruza de piernas.

—En realidad, puede que sea apropiado que la señorita Zarza esté presente, dando que ella también está implicada.

Wtf.

Le miramos.

—Me refiero a vuestro blog.

¿Nuestro blog? ¿Ha leído el blog?

—¿Has leído el blog?

Un momento.

Miro a Zarza. Ella sacude la cabeza.

—No somos nosotras —niega enfáticamente.

Él alza las cejas. No cuela.

—Es una de esas inexplicables casualidades de la vida —insiste Zarza—. No nos preguntes.

Sigue sin tragárselo.

—Pero ¿cómo lo has encontrado? —intervengo yo—. No, espera. Esa no es la pregunta. Está en español. ¿Sabes español?

—He hecho mis deberes. —Su sonrisa se ensancha—. Y no negaré que encuentro las entradas sobre sexualidad bastante intrigantes.

Vaya, es un poco pronto para tener La Charla.

—Eh… ¿okay?

—Creepy —corta Zarza—. Pero no sabes ni la mitad. Ahí donde la ves, Ortiga tenía varios fuckbuddies y se carteaba con un amo de la mazmorra.

Ya estamos.

—A ver. No. Para empezar fuckbuddy sólo era uno. Y lo sigo teniendo. —Me giro hacia Grey—. Pero no es mío. O sea, es colega mío, pero no es mi fuckbuddy. Vamos que no… me… lo…

La sonrisa sigue ensanchándosele por la cara conforme las palabras van saliendo por mi boca. Eso me hace perder el hilo. Está asintiendo con la cabeza, como para animarme a continuar. Estoy roja. Se lo veo en la cara. Lo está disfrutando. Capullo.

—Creppy —acota Zarza.

—A ver. Parad ya los dos. —Me pongo en pie y salgo del hueco entre el sofá y la mesa—. Y con el amo de la mazmorra no me carteaba. Hablábamos por Skype.

—Bueno, lo que sea. —Zarza agita una mano—. Yo todo lo que sé es que había fotos de pies involucradas.

—Sólo fue una foto. En singular. ¡Y tenía los zapatos puestos!

Eso es importante.

—Lo entendí bien —pienso con satisfacción.

—¿Qué entendiste bien, furcia?

Oh, ¿eso lo he dicho en voz alta?

—Pues… que era el equivalente de mandarle una foto vestida —musito.

—No —Zarza está usando ese tono que se arrastra hacia el final de la «o» y que la gente usa para explicar cosas—, era el equivalente de mandarle una foto de tu pecho, vestida.

—¿Qué? ¡No! ¡Pero…! —Espera—. O sea, es como si le mando una foto de yo, de mí, entera, de mí entera.

A Zarza se le vuelven a arquear las cejas.

—¿Salías tú entera en la foto de tus pies?

Me quedo callada un momento.

Esto va mal.

—No.

—Ajaaaaaaa. —Asiente significativamente con la cabeza.

Pues… Mierda. Eso no entraba en los planes.

Grey adelanta una mano para intervenir.

—¿Amo de la mazmorra? ¿Cómo en… Dragones&Mazmorras?

—¡Nope! —exclama Zarza muy contenta—. Como en tipo al que le va el sado.

Oh. ¡Venga ya!

Mi mirada horrorizada no alcanza a Zarza.

Puedo ver por el rabillo del ojo cómo Grey me enfoca.

—Vaya —dice. Su mirada ha adquirido un nuevo brillo de interés —. Esto sí es inesperado. ¿Algo más que deba saber?

—Depende —se me adelanta Zarza—. ¿Cuánto estás dispuesto a pagar?

—¡No! —casi chillo—. ¡No hay nada más que saber! —Rodeo una vez más la mesilla de café y agarro el brazo de Grey para tirar de él y que se ponga en pie. La cara me arde—. Es tarde. Mejor te vas ya, ¿eh? Y tú, furcia —La señalo con índice acusador—, deja de intentar enriquecerte a mi costa.

—Ha sido un verdadero placer, señorita Zarza.

Zarza agita la mano muy contenta a modo de despedida y él le tiende un pedazo de papel antes de que me dé tiempo a impedírselo.

—¡No vayas repartiendo tus tarjetas por ahí! —exclamo, desesperada—. ¡Zarza, suelta eso!

Ella se aparta hábilmente de mi alcance antes de que pueda hacerme con la tarjetita. Considero mis prioridades durante un segundo antes de sacarlo a él del hueco del sofá y empujarle por la espalda para que avance, los brazos estirados por delante de mi cuerpo.

—Tal vez tengamos oportunidad de hablar en otra ocasión —añade todavía mientras se deja empujar.

Zarza sigue agitando la mano animadamente.

Cuando llegamos a la puerta de entrada, Grey se detiene. Se da la vuelta para encararme. Su mirada desciende hasta mis pies.

—Veo que ahora no llevas zapatos —sonríe con sus dientes agudos.

—¡Creepy! —canturrea Zarza a lo lejos.

Abro la puerta del tirón, empujo a Grey fuera con la mano libre y le cierro de nuevo en las narices. Me dejo caer con la frente por delante contra la madera.

—Ahora va ser imposible… Ahora va a ser imposible.

—¡De nada!


7 comentarios :

  1. Evidentemente estoy teniendo problemas para comentar en el blog, Marceliitha Kuran al habal (y considerando seriamente cambiar su nombre en google O.O)
    No he podido para de reír XD yo pensé que iban a tener La Charla, me estaba emocionndo con tenerlas a las dos en el ¿capitulo? Espero leer lo que sigue :D

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  2. Ayyyy, lo que me he podido reír. Me alegro mucho de que vayáis a continuarlos y terminarlos enteros.

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  3. Hasta cuándo este blog va a seguir abierto? Ya murió hace tiempo, al igual que sus buenas críticas y su gracia.

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  4. ¡SÍIIII!

    Estos self-insert son lo mejor de lo mejor. ¡OS AMO, MALAS HIERBAS! El momento en que Zarza le agarra la pierna a Grey me mata. Sois lo mejor del universo y me dais la vida. Por favor, si no seguís subiendo los capis aquí, subidlos a otra parte, los necesito en mi vida. PORRRRFA.

    Y al hater de arriba ya le digo que, si no le gusta, ¿para qué entra? Sigh, qué trolles más rancios tenéis, ni siquiera dejan comentarios que valgan la pena para leer y decir «este es un troll de los buenos».

    ¡Un besazo!

    Camino.

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  5. Me hace mucha gracia que el troll de de arriba parece que no ha visto las aclaraciones que las malas hierbas llevan haciendo hace UN MES en todas las entradas de que antes de dar iniciar las jornadas Rowling van a terminas de subir pendientes XD

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  6. P.D: Disculpen mis errores al escribir U.U
    Tengo la mala costumbre de releer lo comentarios luego de que ya los envíe con errores D:

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  7. A mí me hace más gracia que se piense que nos importa xD

    O.

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