Donde la literatura y la maldad se toman un té

domingo, 27 de abril de 2014

De cultismos, terneros y otras licencias poéticas

Ok. ¿Por dónde empezar?

Desde que se montó todo el revuelo con la crítica de Corazón de mariposa, he estado pensando sobre esta entrada, sobre el qué y el cómo. Lo cierto es que sigo sin tenerlo claro, así que he decidido que sencillamente voy a empezar a escribir, y a ver lo que sale.

Lo primero que quiero decir es que escribir es un arte. Al menos así lo entiendo yo. Y, como todo arte, tiene sus técnicas: puedes usar diferentes recursos con la intención de expresar diferentes cosas. Así que, en principio, no se podría decir que algo sea «bueno» o «malo»: la cuestión es preguntarse si un determinado recurso está «bien empleado»; es decir, si transmite lo que nosotros queremos que transmita. Para esto, claro está, primero tenemos que tener algo que queramos transmitir, pero por la simplicidad de esta entrada, voy a partir de la base de que queremos transmitir algo.

De acuerdo. Cultismos. ¿Usar cultismos es malo? No. ¿Usar muchos cultismos es malo? Tampoco. La pregunta es: cuál es el discurso en el que estamos empleando esos cultismos; y: en boca de quién los estamos poniendo.

Que un personaje que es catedrático en Neurolingüística hable de procesos de adquisición del lenguaje, desarrollo cognitivo y aplicaciones de herramientas psicolingüísticas en el ámbito educativo, y se exprese empleando palabras como grandilocuencia, verborrea o falanges tiene sentido (es más, ayuda a establecer la autoridad narrativa). Que lo haga un campesino que lleva toda su vida viviendo en un pueblecito en mitad de las montañas, cuidando cabras, sin contacto con el mundo exterior y sin internet, no. Y a la inversa, vaya. Si es que es de sentido común. Lo contrario sería un caso atípico, y tendría que estar debidamente justificado; porque, si no, sencillamente no puedes creerte que el personaje sea quien dice ser.

Otra cosa a tener en cuenta, en cuanto a empleo de cultismos se refiere es que, cuando tienes una narración en la que se aprecia un cierto nivel de empleo de la lengua y, de repente, sueltas un palabro inmenso, muy por encima (o por debajo) del nivel ya establecido, te salta a los ojos. Y eso, como ya vengo diciendo, no es malo en sí mismo: es un recurso, y hay que saber usarlo. Así, si tienes a la niña adolescente llorando y contándole a su mejor amiga cómo su novio acaba de dejarla, y coge la chica y suelta algo de la talla de: «Entonces me lo dijo, y casi sentí que se me paraba el músculo cardíaco». Perdona, se te paraba ¿el qué? Un poquito de por favor. Todo el mundo (espero) entiende que el músculo cardíaco es el corazón, la frase no tiene ningún problema de comprensión, y es gramatical y semánticamente correcta. Pero eso no basta para justificar su uso: ninguna niña de 16 años te suelta una de esas, mucho menos en ese contexto; y, si lo hace, tiene que haber un motivo de peso, algo que haga que semejante palabra deje de ser una verruga de color rojo atómico en mitad de una página del libro y tenga sentido dentro de la narración. [Esto también sucede en el caso inverso: cuando tienes una narración con un nivel de lengua elevado y de pronto sueltas una palabra muy de argot, de la calle, por ejemplo.]


Pasemos a los terneros. No, no hablo de los simpáticos hijos de las vacas. Hablo de metáforas ternero, que son aquellas en las que el término real y el término imagen están tan alejados que la comparación carece por completo de sentido. Por ejemplo: era tan grosero como una patata gigante; o: tenía la piel suave y pálida como el vuelo de una mariposa al atardecer. Os lo ruego, llevo toda mi vida aguantando a gente que tiene la absurda creencia de que, con decir que algo es una metáfora, ya tienen carta blanca para escribir lo que les salga de las narices. No me hagáis estas cosas.

Las metáforas son un recurso, como todos los demás. Y, como todos los demás, hay que saber usarlas. Sólo porque hayas enlazado en el mismo sintagma cuatro palabras que suenan muy bonitas no significa que la cosa tenga sentido. Es más, una metáfora tiene que querer decir algo, no solamente ser bonita: su función es transmitir. Necesitas pensar en qué es lo que quieres expresar con esa metáfora y escoger los elementos con cuidado; de esta manera, si lo que quieres es, por ejemplo, hablar del miedo, podrías decir algo como… qué sé yo, «la lluvia le resbalaba por el cuello como un sudor frío». No tendría sentido, sin embargo, usar como término imagen «un sudor frío» si lo que quieres transmitir es alegría, o soledad, porque no tienen nada que ver.

Las metáforas no son la excusa para, básicamente, hacer lo que nos dé la real gana, y que a nadie se le ocurra criticarnos porque «es una licencia poética». No. Sacaos esa ridícula idea de la cabeza y puedo aseguraros que vuestros escritos ganarán muchísimo.

Ahora quiero llamar vuestra atención sobre un ejemplo que yo misma señalé en un libro y que, por lo que he oído, tuvo algo de oposición por parte de diversas personas anónimas. Me estoy refiriendo a los «dedos cuajados de anillos» de Laura Gallego. ¿Qué tiene de «malo»? Estrictamente hablando, nada. Pero, más estrictamente hablando aún, me veo en la obligación profesional de señalar varias cosas (que son los motivos por los que me decidí a señalar esta expresión en concreto y no otras).

En primer lugar, se trata de received text. Esto quiere decir que es una expresión lo suficientemente usada como para que haya perdido toda su capacidad de evocación, quedando reducida a texto plano y sin carga narrativa real. Conviene evitar este tipo de expresiones tan manidas, porque sólo sirven para producir un discurso muy pobre.

En segundo lugar, estrictamente hablando, esto ni quiera sería una metáfora, porque cuajar significa literalmente «recargar de adornos algo». Y esto es precisamente parte del motivo por el que la expresión ha llegado a convertirse en received text.

Y en tercer lugar, y esto es algo que siempre me ha llamado la atención de esta expresión en concreto, es que, si tomamos la palabra en su acepción más metafórica y nos fijamos detenidamente en la imagen que pretende evocar, lo cierto es que no tiene demasiado sentido.

Veámoslo con este ejemplo: «un cielo cuajado de estrellas». Pese a ser también received text, se trata de una metáfora muy buena, puesto que juega con los dos sentidos del verbo cuajar: «recargar de adornos» y «transformar una sustancia líquida en una masa sólida y pastosa». Un cielo cuajado de estrellas es, al mismo tiempo, una sustancia que ha cuajado y una superficie llena de adornos (estrellas). La verdad es que al primero que se le ocurrió emplear esa expresión era, en mi opinión, un genio (es una pena que hoy en día ya se haya desgastado tanto con el uso, personalmente me fascina).

Ahora bien: si pensamos en «los dedos cuajados de anillos» como una metáfora, la cosa no funciona. Para empezar, los dedos ni son una sustancia, ni son una superficie que pudiera pasar como tal. Eso nos deja de nuevo a considerar únicamente el sentido más literal del término: tenía los dedos recargados de anillos; con la desventaja de que al emplear el participio «cuajados» estamos utilizando un término que claramente pretende ser culto y poético, pero que por desgracia carece de ningún tipo de fuerza a estas alturas.

Si a eso le sumamos que está empleado en un texto en el que la autoridad de la voz narrativa brilla por su ausencia, cual paraguas desaparecido en Y por eso rompimos… La cosa pinta mal.

Bueno, creo que hasta aquí llega lo que tenía que decir (al menos de momento). Espero que este rollo os haya sido de alguna utilidad.

Y, ya por acabar, permitidme que me tome la libertad de cerrar esta entrada con un sonoro No, you Kant write.

Afrontemos la realidad: existen unos (pocos) elegidos que nacen con el don de saber escribir; tienen una especie de instinto innato o adquirido de manera cuasi espontánea y, apenas sin ayuda, son capaces de grandes proezas literarias. Los demás, pobres mortales, nosotros, tenemos que buscarnos las herramientas para aprender; y solo entonces, quizá, si estamos dispuestos a dedicarle le suficiente esfuerzo y dedicación, podríamos llegar a escribir alguna cosa decente en nuestra vida. [También existen esos especímenes, claro está, que hagan lo que hagan nunca lograrán escribir nada decente: lo siento, pero de la misma manera que no todo el mundo tiene las capacidades necesarias para llegar a ser neurocirujano, no todo el mundo tiene las capacidades necesarias para ser escritor. La vida es así de puta, qué le vamos a hacer.]

No seáis lo bastante ingenuos, ni egocéntricos, como escudaros en la cantinela del «es que este es mi estilo» para justificar vuestras carencias literarias. En este blog nadie critica estilos: criticamos cosas mucho más mesurables.

¿Queréis escribir, escribir bien, y que se reconozca vuestro esfuerzo? Aprended a escribir. Ya tendréis tiempo más que de sobra después para andaros preocupando de nimiedades de estilo.

Con mucho amorrr.

O.

7 comentarios :

  1. Leer vuestro post me ha recordado a un "escritor" que no para de usar palabras rebuscadas y cultismos varios y aún creyendo que es una redacción preciosa y culta. El tipo se las da de escritor best-seller y aún así lo que escribe es absolutamente pretencioso con lo que he dicho. Cada vez que he tenido que leerle ha sido como ir al Siglo de Oro y leer una pésima imitación de Lope de Vega o Góngora.

    No sé cómo escribirá la chica del libro este, pero como sea así, abandonaría el libro como hicistéis vosotras. Solo me queda leer y refutar esa opinión.

    Un saludo y seguid haciendo esto, para un blog con un par bien puestos...

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  2. Me gustó mucho la entrada, Ortiga lograste explicar todo muy claramente. ¿qué puedo decir? estoy muy de acuerdo :)

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  3. Buena reflexión. A mí si hay algo que me irrita, es que en un libro que, por ejemplo, esta ambientado en una época muy antigua, y se utilice un lenguaje antiguo, luego, de repente, aparezcan expresiones más propias del siglo XXI (exagerando un poco).

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  4. Aparte de lo que ha dicho Ortiga, otra cosa que me escama de la expresión "dedos cuajados de anillos" es que precisamente implica recargamiento en poco espacio. Es decir, no sé cómo es el personaje del que estamos hablando, pero ¿qué lleva? ¿Cuatro anillos por dedo? Me parece que eso tendría que estar justificado de alguna forma. Creo que en mi vida sólo he visto una cosa equiparable: adolescentes con las muñecas llenas de pulseras de plástico hasta la mitad del antebrazo. Vale. Hablamos de adolescentes y hablamos de pulseras de plástico. Cuela. Pero ¿y en el caso de este personaje? No he leído la historia, así que no tengo ni idea, pero diré, a pesar de que haya quien pueda acusarme de chulería élfica, que la cosa no pinta bien.

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  5. Buenos consejos que nunca vienen mal ;-)

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  6. En resumen: coherencia, por favor. Eso es lo que pedís. Aunque claro, una cosa es si yo escribo un diálogo entre un cani/choni y un juez, en el que mezclaría registros; el "lenguaje" choni/cani y el que usaría el juez, que sería recargado, elevado y muy formal (bueno, es un ejemplo absurdo y raro, pero sirve, ¿no?). No haría hablar al juez usando expresiones tipo: "Si er jues te basilah tu te calah ii lo asimilah" o a la choni que no lee ni estudia ni a tiros, no dirá cosas como: "En efecto, señor juez: vi a Juan forzando la puerta del local y mascullando entre dientes que iba a robar bebida alcohólica". Como he dicho, es un ejemplo raro, pero sirve, creo.

    Por último, lo que se me viene a la cabeza con las "manos cuajadas de anillos" es eso; manos llenas de anillos. ¿Es hortera y poco práctico? Sí, pero igual el personaje es así; hortera y raro y quien escribe eso (Laura Gallego, en este caso) quiere hacer ver que el personaje es extravagante, está algo chiflado o algo parecido.

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  7. Cada cual su registro, como bien dices. Al final no es otra cosa que usar un poco el sentido común, vaya.

    Lo de los dedos cuajados de anillos. Piensa que no es lo mismo un diálogo que una narración/descripción. Usar received text en los diálogos no tiene en realidad nada específicamente de malo: así es como hablamos, si así es como el personaje se expresa, pues tirando. Que el narrador lo use en mitad de narración ya es un debate un poco más largo. Aunque al final todo se reduce a lo mismo: tiene que estar justificado, ni más ni menos.

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