Bu.
El libro de Amaranto me está mostrando muchos mundos y yo quería devolverle el favor, así que se ha venido conmigo. |
Llevo todo el verano fugada de la blogosfera, lo sé muy
bien. Voy muy lenta escribiendo, voy aún más lenta dibujando, y no quiero ni
hablar de la cantidad de lecturas atrasadas que tengo entre blogs y libros (hay
una persona que marca en las dos categorías, y esa es nuestra querida Amaranto.
Sí, ha publicado un libro. Id a comprarlo todos o sufriréis un mal de ojo y las
siete plagas de Egipto. Ahora dedicadle un aplauso).
Sin embargo, me he puesto las pilas y he digievolucionado a una
persona seudo responsable que va a escribir una entrada después de pasar siglos
sin meterme en el Jardín.
Esto es un poco una carta de amor, porque os echo de menos.
Incluso si sé que cuando vuelva a estar más activa en la blogosfera os echaré
de más. No importa. Si, ya sé. Retroceded disimuladamente. Coged el ratón, sin
movimientos bruscos. Cerrad la pestaña esquivando la mirada del pollo. En serio,
sé lo que me digo, haceos los suecos con el pollo.
Uf. Por los pelos.
A los que no hayáis huido como ratas, os quiero. Pero de
lejos. Y nunca jamás os lo diré, lo juro. Esta entrada es para vosotros.
Ya que os quedáis, quiero advertiros de que voy a hablar de
Sentimientos y de Otras Cosas Aterradoras.
Esta es Ilexia. Nos sentamos juntas a mirar tormentas y le canto todos los días. Es mi mejor público. |
Quizás no lo sabéis, pero mi trabajo consiste en buscar
puertas, y es el mejor trabajo del mundo. No sólo por motivos obvios, sino
porque de vez en cuando me escapo y aparezco en otros continentes. E Ilexia me
echa mucho de menos, pero ya está más o menos acostumbrada al abandono
repentino. Es triste, pero cierto.
Sólo hay un problema. A su manera, las puertas son
aterradoras.
Hay espíritus libres a los que les aterran tanto las puertas
que desde niños se entrenan para convertirse en expertos constructores de
fuertes con mantas y viven en reductos salvajes en mitad de la ciudad.
De todos es sabido que las abuelas odian tanto las puertas que ponen flecos de plástico en el umbral de sus casas. |
Las personas que viven aquí tienen una colonia de gatos. |
Cuando era cría, la familia de mi padre parecía ejercer su
autoridad sobre mí en tres grandes imperativos: no vayas descalza, no entres a
tu cuarto por la ventana y deja a los animales en el campo.
También deja de robarle fruta al vecino, pero esta no viene al caso para la entrada, excepto quizás para mencionar que cruzarse con estos carros con la ventanilla abierta es horriblemente tentador. |
Aquí, a miles de kilómetros de todo, a un centímetro escaso
de todo Lo Que Importa, miro a mi alrededor y sé que, si mi familia estuviera
conmigo y viera lo que yo, sufriría un síncope colectivo de pura indignación
compulsivo-social.
Así no es como deberían ser las cosas. Eso es lo que dirían.
Pero así es como son. Hay algo salvaje y satisfactorio en
verlo de forma tan evidente y descarnada. En cierto sentido es como nadar en el
agua helada de un río de montaña. No quiero esconderme nunca de la lluvia y
lamentarme, quiero correr con el monzón. Eso me hace sentir estar aquí.
Un profesor me contó que Sócrates decía (o al menos eso nos
asegura Platón, y soy muy consciente de lo mucho que se parece esto al teléfono
escacharrado) que cuando empezamos a tomar decisiones todas las puertas están
abiertas. Algunas no, evidentemente, porque dependen de los recursos con los
que cuentan una persona y su familia, pero sí una gran mayoría. Hay un momento
en nuestras vidas donde podríamos ser cualquier cosa porque todos los caminos comienzan en nuestros pies. Y entonces, según vamos eligiendo, las puertas van
cerrándose. Vidas que ya no podremos vivir porque se ha pasado el tiempo para
cruzar ese umbral. Aparentemente Sócrates decía que llega un momento en que
solo hay un camino posible. Solo una puerta. Pensarlo me hace acordarme de
tragedias griegas.
Mi profesor afirmaba que cuando tienes bien definido el
núcleo de una novela sucede un poco esto. La página en blanco es la libertad
absoluta, pero según avanza la historia y lo que quieres contar, van limitándose
tus opciones, hasta que no hay más que un final posible que guarde coherencia con lo demás.
Es evidente que el verdadero terror de las puertas consiste en el coste de
oportunidad. Elegir. Que no se cierre una puerta, sino que la cierres tú. Que te
alejes tanto de ella que jamás puedas volver, porque has renunciado y en el fondo no hay vuelta atrás.
No sé si es todo lo que estoy viviendo, o el libro de
Amaranto, pero últimamente no dejo de darle vueltas a estas cosas. No dejo de pensar en puertas. Últimamente he conocido gente que
vive como dejándose llevar por el viento, y a la que no preocupa que entre
su colección de puertas aparezca alguna remota y fuera de lugar. No buscan
estas puertas extrañas: estas solo aparecen y ellos cruzan el umbral, y de
algún modo eso es todo.
Hablo de la posibilidad de llevar una vida completamente distinta a nada que se te hubiera pasado por la cabeza, y de pensar que hay gente que vive así, y que al fin y al cabo no todo es ordenado y predecible. Da vértigo.
Creo que en ese punto me encuentro ahora. Una de las puertas continúa el camino esperado bajo tierra, y el túnel es cada vez más estrecho. Hay otra que se abre en lo alto de un desfiladero, y la he cerrado de un portazo.
En cierto modo me recuerda a cuando de niña mi padre me hablaba del kairós. Solo que para él no hay puertas, sino trenes. Su simbología es más apropiada en el sentido de que encierra más dinamismo (más tempus fugit, más collige, virgo, rosas), no lo voy a negar, pero desde que trabajo con puertas siento como que les debo algo.
Siempre he pensado en los viajes como en pequeños desvíos antes de volver al camino marcado. Creo que no he sido justa.
¿Sabéis? Llevo la maleta llena de tesoros extravagantes para mi
protegida. Aceites, sedas, pulseras, dulces, especias, té, animalitos de madera, incienso. Todas las exóticas riquezas que desde siempre he asociado a
los cuentos de Oriente. No son Lo Que Importa, y me siento un poco con las manos vacías.
Lo que intento decir con esto es que últimamente todo me resulta un tanto confuso; en cierto sentido, Trascendente (mayúscula incluida), mientras que las horas se me escurren entre los dedos con una indolencia, con una banalidad, que asusta. En el fondo es un momento perfecto para escribir.
Sé perfectamente que todo esto suena como una excusa muy elaborada para mi ausencia de estos meses (y para el trabajo que se ha dado nuestra dulce Ortiga) y un poco como un galimatías, pero ya os he dicho que en realidad es una carta de amor, así que todo eso va incluido. Os aguantáis.
No sé si es verdad que cuando se cierra una puerta se abre una ventana. No parece una afirmación muy científica. Sin embargo, sí tengo fe en abrir yo misma ventanas, y colarme por ellas si hace falta, incluso si así no deberían ser las cosas.
No sé por qué os cuento todo esto, pero pensad que ahora que estoy de vuelta os va a tocar aguantarme mucho más. Espero que estéis listos. Espero que disfrutéis tanto (o tan poco) como yo. Espero que siempre estéis contentos con las puertas y ventanas que traspasáis.
Que no os detenga el miedo. No os quedéis en el umbral.
No os quiere,
Z.
Echaba de menos tus entradas. Me mola muchísimo esa manera tan evocativa que tienes de escribir :)
ResponderEliminarPues yo también le robaba mucha fruta al vecino, pero la culpa es suya que viste a sus árboles como pilinguis. ¡Gran entrada!
ResponderEliminarQué mona que eres (aunque te pese).
ResponderEliminarAmor está entrada. Me hizo recordar ese sentimiento que a veces da de añorar cosas (¿momentos? ¿vidas?) que no has vivido, sin saber exactamente qué.
ResponderEliminarQué bueno tenerte de vuelta :D
Yo, que he aparecido por aquí como tres veces contadas, creo que puedo decir que te entiendo.
ResponderEliminarA ver, no al cien por cien, por supuesto. Pero no sé, ahora mismo estoy atravesando un proceso de cambio continuo, de deconstrucción y reconstrucción, de quitar y poner piezas y no parar de evolucionar, y siento que estoy tomando muchas decisiones que antes ni siquiera creía capaz de tomar. Seguramente soy más fuerte y más capaz, vaya. Y ante todo, siempre intento abrir las puertas que mejor a gusto me hacen sentir, intentando no perjudicar a nadie por el camino y buscando la manera de sentirme plena.
No sé, creo que si ahora mismo se me cruzara un tornado y me tendiera la mano de buena manera y, me dejaría llevar sin mucho esfuerzo; y aunque terminara en el suelo lloriqueando por la caída me levantaría y me quitaría el polvo.
Total, que estoy divagando y me pierdo muchísimo. La cosa es que creo, y sólo creo, que te entiendo. Y que espero que no paren de aparecer puertas ni ventanas por todas partes.
Me encantó esta entrada. Si sabré yo del miedo a cerrar puertas, creo que muchos podemos reconocernos en lo que has dicho, de una manera u otra.
ResponderEliminarBienvenida de vuelta :D
Tantos sentimientos positivos me abruman. Socorro.
ResponderEliminarNo sé si daros las gracias o un sobre con ántrax.
Por cierto, Elito, me gusta mucho eso del tornado que tiende la mano de buena manera. Me parece una imagen encantadora.
...
Jorge. Antes de ese comentario me caías bien.
El hecho de que mi tocho esté en tus manos me llena de amor y de terror a partes iguales. Creo que el encapuchado de la portada intentó huir cuando lo sostuviste por primera vez, pero con tus malas artes has conseguido que se quede justo donde está.
ResponderEliminarEn realidad parezco muy tranquila pero que una mala hierba tenga Täryenn, que mi querida Zarza, la reina de las desfamiliarizaciones, esté leyendo Täryenn... Me da algo.
Pero en fin, al margen del miedo que te tengamos el encapuchado y yo, he decir que... JODER, TE ECHABA DE MENOS. Si te soy sincera todo lo que he leído ha sido un poco/muy abstracto y por momentos te he imaginado viajando por el mundo para localizar y robar puertas viejas que añadir a tu colección, y te he imaginado mimándolas y hablando con ellas, y ha sido raro pero muy guay al mismo tiempo. Por otro lado, me ha encantado la reflexión sobre los caminos, las puertas y las ventanas, y me ha dibujado una sonrisa que todavía tengo en la cara.
Será porque te echaba de menos, será porque hay algo en tus palabras que siempre me conmueve, o será porque de la impresión al ver que tienes mi libro contigo se me ha pinzado un nervio de la cara.
De cualquier forma, ¡¡me alegra que estés de vuelta!! =D
Querida, queridísima Amaranto. Si se te ha pinzado un nervio de la cara, por favor, hazte una foto y envíamela. Es lo único que te pido.
ResponderEliminarMe alegra estar de vuelta. Poco a poco, con cierta cautela. Pero me alegra mucho, más de lo que esperaba. Tu comentario me ha puesto una sonrisa de oreja a oreja en la cara y no se me quita ni a tiros. Diría que de mayor seré la loca de las puertas, pero no sé por qué iba a esperar a ser vieja para volverme excéntrica cuando claramente puedo serlo ahora mismo :D
Me he hecho la promesa de enseñarle muchos mundos a Täryenn.