Voy a contaros un cuento.
Estuve el otro día sentada con un gatito dentro de la
chaqueta y los pies colgando en el aire. Deberíais saber que el cielo estaba
limpio y como nuevo; y el aire, frío y crujiente. Yo estaba pensando en todas
esas cosas que de pronto puedo hacer y que he echado tanto de menos.
También pinto piedras y las vuelvo a dejar luego en el bosque. |
Hablo de recoger hojas de otoño en el bosque y pintar
extrañas criaturas en ellas. Hablo de jugar a las canicas con avellanas y
castañas, de guardarme setas y plumas en los bolsillos. Hablo de hornear
galletas de escaramujos, de dibujar mapas, de buscar frágiles, translúcidas
calaveritas de pájaro y otros huesos para mi colección, de pintar casitas de
madera y llenarlas de alpiste. De caminar en la niebla y en el viento.
Había un sapo perezoso y gordo en la charca. Había muchos
petirrojos revoloteando en el huerto. Estaba planteándome bajar a buscar
manzanas rojas cuando uno de ellos se acercó a mí. Ladeó la cabeza de forma muy
poco educada.
Qué haces aquí, me dijo. Pero no como una pregunta.
Me abrí un poco la chaqueta para que le miraran un par de
ojos amarillos, porque qué otra cosa podía hacer.
No sé qué haces aquí, tan quieta, insistió. Te esperaba al
otro lado del mundo.
Tengo un mapa, le respondí. He seguido el mapa. Tengo que
seguir el mapa.
Estás tan quieta que da miedo mirarte.
Era cierto y por eso no dije una palabra. La noche anterior
había estado lloviendo como la furia de un aquelarre y desaparecieron dos
perros en la montaña. Esa mañana fuimos
al bosque, pero no los encontramos. Sólo había viento. No sabéis cuánto viento.
Los erizos verdes de castaña arrancados de sus ramas golpeaban sordamente las
piedrecitas del camino, mojadas de rocío, como si granizaran puños. Las hojas
se agitaban con tanta violencia que el rumor parecía el torrente de un río
durante la crecida. Había un fresno gimiendo muy agudo, traqueteando como si lo
picara un pájaro carpintero, crujiendo como una puerta vencida. Me arrimé a la
ladera, las palmas de las manos apretadas contra las raíces y las chimeneas de
hadas. Sobre mí se alzaba el tronco en ruinas de un castaño viejo. Muerto por
dentro, vivo por fuera, como una adivinanza de hace mucho. El vendaval me
desordenaba el vestido, el pelo, y me pareció bien, porque así casi no podía
ver el fresno. Casi no podía oírlo, tampoco. Cuando me lo imaginé doblado como
un junco, a pesar de que era más alto que un poste de tendido eléctrico, no
quería hacerlo, pero me reí. Me reí como si ladrara. No espero que lo
entendáis.
Las ráfagas de viento no son líneas rectas. Dibujan meandros
en el bosque, nunca golpean donde las esperas. Siempre se ríen. Es algo que
acabas por saber: siempre se están riendo.
De vez en cuando mi cuñado me envía palabras y yo las apunto
en un cuaderno. Es un juego que tenemos. Esa madrugada nos había mandado a
Ortiga y a mí algunas realmente maravillosas, como petrichor o psithurism.
De alguna forma estoy convencida de que aquel día invocamos
una fuerza salvaje y feroz.
Me había quedado tan quieta. Llevo tanto tiempo tan quieta.
El otro día leí una entrada de Amaranto sobre Inside out y la necesidad de la
tristeza. El otro día vi la película The song of the sea, y era lo mismo y creo
que no he sido justa en absoluto. Después de tanto tiempo, creo que aún no sé
lidiar con estas cosas, sólo hacer oídos sordos a todos los fresnos desconsolados
de este mundo.
Me gustan las calaveras de pájaro porque son como de papel. |
Cicuta suele citar a un tipo que dijo que puedes escribir
sobre cosas que merezca la pena vivir, o vivir cosas sobre las que merezca la
pena escribir y ambas nos sentimos muy bien siendo procrastinadoras cuando una
de las dos lo menciona. Pero el petirrojo tenía razón. Llevo tanto tiempo con
las palabras en la punta de la lengua, y con la punta de la lengua entre los
dientes. Los pájaros saben de estas cosas. Los pájaros saben de despedidas, de
lugares lejanos. Los pájaros saben de volar o caer.
Últimamente encuentro alegorías sobre el coyote y el correcaminos
por todas partes. He leído que la pérdida es como la nube de polvo que deja el
correcaminos cuando echa a correr. Ves un pájaro y durante un segundo aún crees
que sigue ahí; al segundo siguiente se desvanece como humo y recuerdas que te
falta algo. He oído que el fracaso es como ser el coyote y correr en el aire, y
solo precipitarte al vacío cuando te das cuenta de que no hay tierra bajo tus
pies.
Quizás le debo algo a mi tristeza, pero no sé cómo dárselo. Ni
siquiera sé qué he perdido, porque el espejismo sigue ahí, un poso de polvo de
algo que ha salido huyendo. Cómo escribir así. Tan quieta. Quizás hay una parte
de mí a la que debo aproximarme con paciencia y cautela, y guardármela dentro
de la chaqueta. Quizás simplemente tengo que echar a correr, y eso es todo.
Ojalá eso fuera todo.
Por el momento creo que estas entradas tan extrañas que ni
os van ni os vienen son el camino.
No os quiere,
Z.
PS: Todas las fotos de esta entrada son mías. Sóoolo mías.
PS2: Me pasaría la vida fotografiando setas.
Aish, ¡cómo me ha gustado la entrada de hoy!
ResponderEliminarLas setas son mágicas :)
ResponderEliminarUna entrada preciosa y las fotos también :3
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada, tanto por lo que narras como por las fotos. La setas son algo que me llama mucho la atención, de hecho en la carrera he tenido asignaturas dónde estudiaba algunas cosillas y me parecen muy interesantes.
ResponderEliminarLa calavera de pájaro me ha resultado muy curiosa y también un poco perturbadora al principio, pero si encontrara alguna creo que yo también la guardaría.
El párrafo sobre el correcaminos y el coyote me ha parecido muy bueno, lo guardaré en mi cabeza para futuras reflexiones.
¡Saludos!
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ResponderEliminar¿Por qué me haces esto?
"sólo hacer oídos sordos a todos los fresnos desconsolados de este mundo".
Me has dejado con el nudo en la garganta y eso no se lo perdono a nadie. Tienes magia en las palabras, maldita pérfida, o lo mismo tienes magia, sin más, y te envidio por ello. Ahora, con tu permiso, voy coger esa semilla que se me ha plantado dentro leyéndote y voy a dejarla crecer en una de las novelas que tengo para el NaNo, que ya bastante he procrastinado hoy.
PD: Mala.
Os odio cuando me decís cosas bonitas.
ResponderEliminarAmaranto, me doy por satisfecha si el nudo en tu garganta es un nudo marinero.