Donde la literatura y la maldad se toman un té

viernes, 30 de octubre de 2015

De qué hablo cuando hablo de correr

Voy a contaros un cuento.

Estuve el otro día sentada con un gatito dentro de la chaqueta y los pies colgando en el aire. Deberíais saber que el cielo estaba limpio y como nuevo; y el aire, frío y crujiente. Yo estaba pensando en todas esas cosas que de pronto puedo hacer y que he echado tanto de menos.

También pinto piedras y las vuelvo a dejar
luego en el bosque.
Hablo de recoger hojas de otoño en el bosque y pintar extrañas criaturas en ellas. Hablo de jugar a las canicas con avellanas y castañas, de guardarme setas y plumas en los bolsillos. Hablo de hornear galletas de escaramujos, de dibujar mapas, de buscar frágiles, translúcidas calaveritas de pájaro y otros huesos para mi colección, de pintar casitas de madera y llenarlas de alpiste. De caminar en la niebla y en el viento.


Había un sapo perezoso y gordo en la charca. Había muchos petirrojos revoloteando en el huerto. Estaba planteándome bajar a buscar manzanas rojas cuando uno de ellos se acercó a mí. Ladeó la cabeza de forma muy poco educada.

Qué haces aquí, me dijo. Pero no como una pregunta.

Me abrí un poco la chaqueta para que le miraran un par de ojos amarillos, porque qué otra cosa podía hacer.

No sé qué haces aquí, tan quieta, insistió. Te esperaba al otro lado del mundo.

Tengo un mapa, le respondí. He seguido el mapa. Tengo que seguir el mapa.

Estás tan quieta que da miedo mirarte.

Era cierto y por eso no dije una palabra. La noche anterior había estado lloviendo como la furia de un aquelarre y desaparecieron dos perros en la montaña.  Esa mañana fuimos al bosque, pero no los encontramos. Sólo había viento. No sabéis cuánto viento. Los erizos verdes de castaña arrancados de sus ramas golpeaban sordamente las piedrecitas del camino, mojadas de rocío, como si granizaran puños. Las hojas se agitaban con tanta violencia que el rumor parecía el torrente de un río durante la crecida. Había un fresno gimiendo muy agudo, traqueteando como si lo picara un pájaro carpintero, crujiendo como una puerta vencida. Me arrimé a la ladera, las palmas de las manos apretadas contra las raíces y las chimeneas de hadas. Sobre mí se alzaba el tronco en ruinas de un castaño viejo. Muerto por dentro, vivo por fuera, como una adivinanza de hace mucho. El vendaval me desordenaba el vestido, el pelo, y me pareció bien, porque así casi no podía ver el fresno. Casi no podía oírlo, tampoco. Cuando me lo imaginé doblado como un junco, a pesar de que era más alto que un poste de tendido eléctrico, no quería hacerlo, pero me reí. Me reí como si ladrara. No espero que lo entendáis.

Las ráfagas de viento no son líneas rectas. Dibujan meandros en el bosque, nunca golpean donde las esperas. Siempre se ríen. Es algo que acabas por saber: siempre se están riendo.

De vez en cuando mi cuñado me envía palabras y yo las apunto en un cuaderno. Es un juego que tenemos. Esa madrugada nos había mandado a Ortiga y a mí algunas realmente maravillosas, como petrichor o psithurism.

De alguna forma estoy convencida de que aquel día invocamos una fuerza salvaje y feroz.

Me había quedado tan quieta. Llevo tanto tiempo tan quieta. El otro día leí una entrada de Amaranto sobre Inside out y la necesidad de la tristeza. El otro día vi la película The song of the sea, y era lo mismo y creo que no he sido justa en absoluto. Después de tanto tiempo, creo que aún no sé lidiar con estas cosas, sólo hacer oídos sordos a todos los fresnos desconsolados de este mundo.


Me gustan las calaveras de pájaro
porque son como de papel.
Cicuta suele citar a un tipo que dijo que puedes escribir sobre cosas que merezca la pena vivir, o vivir cosas sobre las que merezca la pena escribir y ambas nos sentimos muy bien siendo procrastinadoras cuando una de las dos lo menciona. Pero el petirrojo tenía razón. Llevo tanto tiempo con las palabras en la punta de la lengua, y con la punta de la lengua entre los dientes. Los pájaros saben de estas cosas. Los pájaros saben de despedidas, de lugares lejanos. Los pájaros saben de volar o caer.

Últimamente encuentro alegorías sobre el coyote y el correcaminos por todas partes. He leído que la pérdida es como la nube de polvo que deja el correcaminos cuando echa a correr. Ves un pájaro y durante un segundo aún crees que sigue ahí; al segundo siguiente se desvanece como humo y recuerdas que te falta algo. He oído que el fracaso es como ser el coyote y correr en el aire, y solo precipitarte al vacío cuando te das cuenta de que no hay tierra bajo tus pies.

Quizás le debo algo a mi tristeza, pero no sé cómo dárselo. Ni siquiera sé qué he perdido, porque el espejismo sigue ahí, un poso de polvo de algo que ha salido huyendo. Cómo escribir así. Tan quieta. Quizás hay una parte de mí a la que debo aproximarme con paciencia y cautela, y guardármela dentro de la chaqueta. Quizás simplemente tengo que echar a correr, y eso es todo. Ojalá eso fuera todo.

Por el momento creo que estas entradas tan extrañas que ni os van ni os vienen son el camino.

No os quiere,


Z.

PS: Todas las fotos de esta entrada son mías. Sóoolo mías.
PS2: Me pasaría la vida fotografiando setas.


6 comentarios :

  1. Aish, ¡cómo me ha gustado la entrada de hoy!

    ResponderEliminar
  2. Una entrada preciosa y las fotos también :3

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado esta entrada, tanto por lo que narras como por las fotos. La setas son algo que me llama mucho la atención, de hecho en la carrera he tenido asignaturas dónde estudiaba algunas cosillas y me parecen muy interesantes.
    La calavera de pájaro me ha resultado muy curiosa y también un poco perturbadora al principio, pero si encontrara alguna creo que yo también la guardaría.
    El párrafo sobre el correcaminos y el coyote me ha parecido muy bueno, lo guardaré en mi cabeza para futuras reflexiones.

    ¡Saludos!

    ResponderEliminar
  4. .........................................................................................
    ¿Por qué me haces esto?

    "sólo hacer oídos sordos a todos los fresnos desconsolados de este mundo".

    Me has dejado con el nudo en la garganta y eso no se lo perdono a nadie. Tienes magia en las palabras, maldita pérfida, o lo mismo tienes magia, sin más, y te envidio por ello. Ahora, con tu permiso, voy coger esa semilla que se me ha plantado dentro leyéndote y voy a dejarla crecer en una de las novelas que tengo para el NaNo, que ya bastante he procrastinado hoy.

    PD: Mala.

    ResponderEliminar
  5. Os odio cuando me decís cosas bonitas.

    Amaranto, me doy por satisfecha si el nudo en tu garganta es un nudo marinero.

    ResponderEliminar

A las malas hierbas no nos gusta la censura, así que eres muy libre de comentar lo que te apetezca. Eso sí, cuidado con faltar al respeto a otros usuarios: las malas hierbas sabemos cuidarnos solas, pero ojo con pisarnos las margaritas.

Por cierto, por cierto. Si te lanzas a poner un comentario en una entrada y luego lo borras (sin motivo justificado), volveremos a postearlo. Es una amenaza. ¡Muajajajajajjajajaj!

Free Pencil 2 Cursors at www.totallyfreecursors.com