Donde la literatura y la maldad se toman un té

martes, 22 de diciembre de 2015

Los Innombrables (15) bis

Acabo de decidir que este va a ser el tema de las imágenes
de esta entrada: gatos.

Pues yo sigo celebrando estos días cumpleañeros en el Jardín, riéndome de esta pobre chiquilla desprevenida, por supuesto. Continúo directamente desde donde lo dejé en la otra mitad de la entrada.


Paso a hablaros de la chica. La chica no tiene desperdicio.

Un gato salido de ninguna parte se cuela en la habitación de la prota y le roba la cofia del uniforme. Ella lo persigue por los pasillos vestida sólo con la toalla que se ha enrollado al salir de la ducha. Siguiendo al gato termina, cómo no, en la zona de la casa privada del señor del castillo hotel [el gato en realidad es una madame]. La tía ya sabe que está prohibido entrar en esa zona, pero se la suda ampliamente y sigue a hurtadillas en pos del gato. ¿Perder la cofia y tener que pagarla de su sueldo (que tampoco puede ser tan cara) o entrar en una zona prohibida y arriesgarse a que la despidan? Como podéis ver, no parece que a la chica le importe tanto pagar las facturas médicas.

Total, que sigue al gato y termina en una habitación:
«Desde el umbral pude ver a un hombre joven tumbado sobre un diván acolchado. Estaba de espaldas y tenía una almohada sobre la cabeza [Ortiga: gente que duerme con la almohada sobre la cabeza. Muy conveniente].
Era Patrick Groen [Ortiga: ¿cómo lo sabes?].
Estaba dormido.
Y desnudo [Ortiga: wtf].
El sentido común me decía que no entrara allí y regresara en seguida a mi cuarto. Era consciente de que la sanción por perder la cofia no sería nada en comparación con ser pillada in fraganti por el dueño del hotel en su zona privada [Ortiga: pero no va a hacer caso al sentido común, porque ella estaba en la ducha cuando repartieron de eso. Y de todas formas tampoco es que le importe no poder pagar los tratamientos de su padre, como ya he dicho].
Sin embargo, me había quedado petrificada. No podía despegar los pies del suelo... Ni la vista de aquel cuerpo largo y musculoso que descansaba de forma grácil sobre aquel diván victoriano [Ortiga: la Virgen].
Su respiración regular delataba un sueño profundo.
Admiré sus hombros anchos y su amplia espalda que acababa en un trasero perfecto, seguido de unas largas y torneadas piernas [Ortiga: déjate algo de received text para luego, anda, guapa] Después de esto, el gato maúlla, el amigo se da la vuelta en sueños y la autora no duda en hacernos una descripción de su magnífico cuerpo por el otro lado y de lo «bien dotado» que está el colega, por no hablar de que la tiene empalmada mientras duerme. Y ahí que se queda la muchacha babeando un rato.

Pero en realidad lo más sorprendente de toda esta escena es que ese día la prota se ha levantado a las cinco de la mañana para poder ducharse y arreglarse antes de ir a trabajar (empieza a las seis). Pues bien, después de la ducha, lavarse el pelo, salir corriendo por los pasillos en pelotas en pos de un gato, babear un rato frente a la picha del otro, coger la cofia, volver a su cuarto, desenredarse el pelo (rizado) que ella misma nos ha asegurado antes que es IMPOSIBLE de peinar sin acondicionador (cosa que no le está permitido usar en el hotel, así que no se lo ha echado), hacerse un peinado chungo con dos trenzas de raíz terminadas en un moño, vestirse con el disfraz de doncella victoriana… ¡todavía le sobran más de diez minutos para que sean las seis en punto! ¿En qué agujero de gusano se ha metido esta chica, me lo podéis explicar?


Aunque este no es el único problema temporal que nos encontramos a lo largo de la historia. Otro llamativo, por ejemplo, es cuando nos dicen que la niña ha llamado ya varias veces por teléfono a su padre (utilizando de estrangis el teléfono del hotel, con ayuda de un compañero para que le cubra las espaldas y no la pillen [Ortiga: eh… ¿y las cámaras?]), pero ha decidido que no es el medio idóneo para comunicarse y que es mejor que se escriban cartas, así que ella le ha enviado una carta, él le ha respondido y ella está escribiendo otra carta en ese momento. Todo esto sucede supuestamente en una semana de tiempo, que podrías decir: bueno, vale, un poco apretujado, pero quizá cabe. Pues no, porque también nos han dicho que los primeros días de esa semana no han podido llegar ferries a la isla porque había tormenta en el mar. Si en barco es de la única manera en la que se puede acceder a la isla y no hay internet, ¿alguien tiene a bien explicarme cómo demonios se envían las cartas?, ¿las teletransportan?

En fin, regreso. La cosa es que la niña está en su cuarto y se ha peinado a la velocidad de la luz. Pues va a salir la chica por la puerta en ese momento y oye pasos que se acercan. Alguien mete una nota por debajo de la puerta. En lugar de abrir la puerta y ver quién coño está haciendo el gilipollas y pasando notitas como una niña de seis años, recoge la nota y la lee:
«Apreciada Srta. Luisa:
No han pasado ni cuarenta y ocho horas desde su llegada y ya es la segunda vez que tengo que llamarla al orden.
Estaba decidido a pasar por alto el asunto de los bombones (la niña se comió un bombón de la recepción nada más llegar, sin pedir permiso), pero en esta ocasión su osadía ha ido demasiado lejos.
Preciso una reunión privada, y de carácter urgente, para fijar la sanción [Ortiga: por cierto, esto es mentira. Mucha cita a media noche y hacer el gilipollas y luego resulta que el castigo se lo comunica el ama de llaves al día siguiente].
Preséntese esta noche, a las doce en punto, en la biblioteca del ala oeste. Supongo que no tengo que explicarle dónde se encuentra...
Atentamente,
P. G.» Traducción: sé que me has visto en pelota picada, pero no te lo he dicho mientras me estabas mirando porque soy un puto exhibicionista. Ven a verme esta noche tú sola para que pueda castigarte [wink wink].

Más tarde ese mismo día:

«Mientras pasaba el plumero, un quinqué de cerámica cayó al suelo y se hizo añicos. Ingrid me miró horrorizada.
—Es una pieza antigua y vale una pasta.
No me atreví a preguntarle cuánto era una pasta pero, por su expresión, deduje que acabaría enterándome cuando lo descontaran de mi sueldo.» Sigue sin parecerme preocupada en lo más mínimo por pagar sus facturas.

«Al terminar el servicio, mientras me duchaba, pensé en mi padre y en egresar a casa [Ortiga: ¿y esa «r», que te la has comido?]. Nos habíamos gastado el dinero antes de ganarlo, asumiendo un crédito. ¿Cómo íbamos a pagarlo ahora? Tenía una artrosis degenerativa crónica [Ortiga: ¡pobre crédito! D:]. No era grave [Ortiga: no, no suena grave en absoluto]. No iba a morir ni nada parecido, pero sufría fuertes dolores [Ortiga: eso lo hace mucho menos grave, sin duda] y su calidad de vida dependía de costosos tratamientos que la Sanidad Pública había dejado de sufragar.» Muy inteligente: gastar dinero antes de haberlo ganado. ¿Por qué no intentas pagar al banco con el dinero que le debes al hotel por romper el jarrón de antes? Suena muy tú.

Total, que llega la hora de la cita en la biblioteca:

«La puerta estaba entornada y la empujé con suavidad. Las cortinas estaban corridas y una luna resplandeciente y llena se colaba desde el ventanal. Su luz plateada no era la única que iluminaba la estancia: había unas velitas en el suelo rodeando una silla de madera.
Sentí un escalofrío al entender lo que Groen esperaba de mí: que me sentara allí para ser juzgada.» Eh… what? Pues yo lo que pensaría es que al tipo le van los rituales satánicos o algo y saldría por piernas. Wtf??

«El sonido de su voz me produjo un escalofrío. A pesar de la proximidad, ahora sonaba distante, como si chocara contra alguna especie de máscara.» Esto lo deduce por el sonido, sin verle. Por favor, seamos serios. A ti sí que habría que chocarte. Algo grande. En la cara. Hasta que te dejase sin conocimiento [Zarza: y con un poco de suerte sin vida]. A ver si así hay suerte y te callas.

Bueno, pues la tía, que finalmente se ha sentado en la silla rodeada de velas en mitad de la oscuridad, se queda ahí quieta mientras el otro aparece por su espalda, apaga las velas, le quita la cofia y empieza a desenredarle y «masajearle el pelo» [wtf?] (porque no se ha hecho el peinado reglamentario, así que eso hay que «enmendarlo ahora mismo»). Con dos cojones:
«Aquel contacto me resultó agradable y siniestro al mismo tiempo. Por un lado, me inquietaba que aquel hombre misterioso y aterrador se tomara aquellas confianzas en la oscuridad. Por otro, si lograba abstraerme de aquel detalle, su forma de presionar y acariciar mi cuero cabelludo era absolutamente deliciosa.» ¡Si lo graba abstraerse de aquel…! ¡¡¡La madre que la parió!!! Anda, bonita, no te abstraigas, que no es como si te pudieras permitir esos lujos: ya funcionando a plena potencia mira cómo te va.

«Sentí cómo la herida de mi frente se tensaba bajo la piel [Ortiga; heridas que están por debajo de la piel] y no pude contener un suave gemido.
Había algo turbador, brutal y placentero en su manera de estirarme el pelo hacia atrás, en contraste con el masaje previo.» Hay algo turbador en la abundancia de Anastasias Steel entre las Mary Sues y Wannabes de hoy en día.

Pero, esperad, que todavía puede superarlo:
«—Ahora está perfecto —sentenció (el puto colgado) con voz ronca y cálida—. Pero como te he dicho, no es la única falta que he detectado.
—¿Con qué otros fallos he podido ofenderle, señor? —Usé con altivez el tratamiento que había leído en El manual de la buena doncella [Ortiga: no se nota nada el paralelismo, ¿a que no?].
—Me temo que el traje que llevas puesto tampoco es el correcto. — Tomó mi mano y me instó a levantarme de la silla—. Ponte en pie para que pueda verlo mejor.» Sí, yo pensé lo mismo.

Resulta que la niña se ha puesto «el traje de los domingos». Él no le ordena nada, pero ella coge, ni corta ni perezosa, y se quita el vestido ahí delante del mozo para «demostrarle que tenía agallas y que no era una niña asustada a quien pudiera intimidar con reprimendas y castigos». Wtf? ¡Tápate, maldita colgada!

«—En cualquier caso, he detectado una tercera falta.
—No es posible.
—Tu perfume.
—Me he bañado con esa pastilla de jabón que reciben todos los empleados. No llevo nada aparte de eso —mentí.
—Luisa... Cierra los ojos, por favor [Ortiga: joder, cómo nos gusta el morbo].
Me estremecí al escuchar mi nombre seguido de aquella súplica pronunciada con voz dulce [Ortiga: jo-der]. Vacilé antes de obedecer.
El fuerte latido de mis pulsaciones [Ortiga: pulsaciones que laten :D] marcó cada segundo de espera antes de que notara su cálida respiración en el cuello.
—Llevas tres gotas de Endymion, de Penhaligons [Ortiga: tres. Ni una más ni una menos]. Una fusión fresca de cítricos y lavanda [Ortiga: este trabaja en El Corte Inglés] que cuando se calienta, como ahora, eleva notas picantes de pimienta negra y almizcle [Ortiga: vamos, que apestas. Dúchate otra vez, mofeta].
Un leve suspiro reveló hasta qué punto mi perfume había embriagado sus sentidos [Ortiga: what the fucking fuck, really].
Contuve el aliento cuando sus manos me rodearon por la cintura y me atrajeron hacia él por detrás [Ortiga: eeh…]. Noté su pecho firme en mi espalda. Después, su mano se posó sobre mi pecho izquierdo con delicadeza [Ortiga: EEEEH…]. Aunque apenas fue un roce, sentí cómo la cima se tensaba bajo el contacto de su palma.» Esto NO es aceptable. Wtf, people? [Además, colmo de todos los colmos, aquí se hace un guiño a El diario de Aroha (dentro de la ficción, la prota se está leyendo ese libro): ¡él le dice que le estaba tomando el pulso! MATARRRR.]

Pues después de haber sido asaltada, la niña tiene una mini reflexión (muy tranquila) en la que decide que no puede abandonar el trabajo porque: A) necesita el dinero y B) acaba de caer en la cuenta de cómo funciona la cláusula esa que la obligaría a pagar cuatro mensualidades por largarse sin avisar. Lista, ¿eh?

Pero esta no va a ser la última vez que la prota se cuele en la zona prohibida del hotel. La siguiente vez ya ni se molesta en buscar una excusa: oye una voz femenina al otro lado de la puerta y, como no tiene nada mejor que hacer con su vida (y se la suda perder el trabajo), allí que se mete. Total, de todas formas en esta historia nadie respeta el derecho a la privacidad ni el espacio personal.

Y la siguiente vez ya va más allá. La librera le lanza un reto (a cuento de nada) y le dice que no tiene huevos a colarse en el baño privado chachi-guay del jefe, que tiene jacuzzi y el techo de cristal para ver las estrellas y cosas fancy.
«—Olvídalo —continuó (la librera)—. Tú no tienes agallas para ir allí... Te despedirían.
Sin saberlo, la inglesa había pronunciado la palabra clave: despido [Ortiga: sí, ya].
Sonreí antes de replicar con cierta soberbia:
—Iré. Pero ¿cómo podré demostrártelo? [Ortiga: es que ni se lo piensa, macho. ¿Así es como se supone que me tengo que creer que le importa?]
—Encontrarás un recipiente de cristal con barritas de incienso. Las que se queman en esa sala son tan exclusivas que no las encontrarías en ningún otro lugar. Las elaboran con flores de la isla. Toma una y tráemela. —Enmudeció un instante y me retó con la mirada—. Si tienes lo que hay que tener para ir allí, te surtiré de novedades editoriales sin coste alguno durante todo el año.
Agarré el libro que había dejado sobre el mostrador y le miré a los ojos divertida.
—Considera éste como un anticipo.» Ya estamos acostumbrados a la estupidez patológica de la prota, pero es que la librera no os creáis que se queda rezagada: la prota ya se ha ofrecido a hacer la gilipollez de la semana sin pedir nada a cambio, pero la otra coge y le ofrece algo que le va a hacer perder dinero. ¿Cuánto dinero puede ganar esta chica con la tienda en esa isla diminuta como para poder permitirse algo así? Y ¿por qué deja que la otra se tome ahí la libertad de robarle de manera anticipada, encima?

«Era consciente de que el reto de Elisabeth rozaba lo temerario [Zarza: ¿rozaba?]. Si me pillaban en el ala oeste [Zarza: ¡la Bestia me echaría del castillo!], utilizando aquel baño de estrellas, el despido sería esta vez la opción más deseable [Ortiga: ¿en serio te crees que engañas a alguien?, tú lo que estás deseando es otra cosa]. No podía descartar que el dueño me denunciara incluso a las autoridades de la isla por allanamiento de su zona privada.» Y, por curiosidad, ¿te has traído bañador o tu plan contempla que te pillen utilizando el jacuzzi en pelota picada? Eso por no mencionar… ¿nos hemos olvidado de las cámaras?

Total, que la niña se cuela en el baño exclusivo con cúpula, que está protegido con contraseña [pero la contraseña es tan tonta que la averigua (wtf)]. Además de coger la barrita de incienso con la que tiene que probar su osadía frente a la librera, enciende otra, para que la ausencia sea aún más cantosa en caso de que el dueño las tenga contadas (o en caso de que el dueño vaya luego y vea el incienso quemado) [en una escena que no os he puesto nos mostraban que el tipo es un tanto obsesivo (estaba visionando en bucle el vídeo con la entrevista de trabajo de ella), así que es una posibilidad que no debería descartarse tan a la ligera].
«La temperatura de la sala subió de golpe varios grados. Sin embargo, la cúpula estaba lo suficientemente alta como para no empañarse por el vaho.» Eh… what? ¿Alguien me lo explica?

A todo esto, vaya por donde vaya y esté haciendo lo que esté haciendo, la niña todo el tiempo tiene  «rápidas asociaciones de ideas» que le hacen acordarse del jefe desnudo en el diván. Desnudarse para entrar en el jacuzzi, evidentemente, no es una excepción.
«En mi visión, podía ver sus largos dedos rozándola (no me acuerdo el qué) con delicadeza, el fino vello que cubría su fuerte antebrazo y cómo se le marcaban las venas de la mano. Me turbé al recordarla (la mano [que por algún motivo no es el mismo referente que el anterior «la»]) enredada en mi pelo y luego sobre mi pecho. Un suspiro escapó de mis labios al recrear el gesto con mi propia mano. Bajé la cima y descendí por el valle de mi abdomen hasta el ombligo [Ortiga: a ver si yo me aclaro con esta metáfora: su pecho es una montaña, su abdomen es un valle y… ¿cuál dices que es la otra montaña? Un valle es una depresión encajada entre montañas: ¡el curioso caso de la niña que tenía un tercer pecho a la altura del ombligo! (y conste que digo ombligo por no decir otra cosa más zafia. Zarza: ahm, Ortiga, estás leyendo literatura homoerótica. Es que hay que explicártelo todo)]. Sorprendida, noté cómo mi piel se erizaba y se despertaba en mi vientre un agradable hormigueo.
Estaba excitada [Ortiga: gracias por la aclaración ¬¬] Y aquí es donde nos cuentan cómo se masturba pensando en el loco que la asaltó, pero todo muy románticamente, claro. Por descontado, eso no os lo voy a copiar (de nada) [aunque hay una cosa que sí quiero decir. La niña se masturba dentro del agua, lo cual (corregidme si me equivoco) me parece muy poco práctico: el agua, como disolvente universal que es, se llevará si no toda al menos sí una parte de la lubricación natural del cuerpo. El resultado me parece poco… fluido, no sé si me explico. Zarza: Ortiga, por favor, deja algo para tus entradas].

En fin, lo que importa es que al final la prota, como es así de idiota, la pobre, pulsa un botón que no tenía que pulsar (en lugar de dejar las manos quietecitas y volverse a su cuarto) y eso dispara una alarma que avisa al jefe de que hay alguien en el baño, así que se ponen a hablar por un intercomunicador. Resulta que el tipo en realidad es mazo de cool y pasa de las normas anticuadas del hotel, así que le dice que la única pega es que él no está en ese momento en el hotel para unirse a la fiesta en el baño (todo así dicho como con voz porno y sugerente) e invita a la prota a una cita para cuando él vuelva de Londres.

En esta cita que nos proponen habrá una escena de sexo con ojos vendados y bondage (para la prota, claro, él es el dominante). Bien, pues follan y, cuando ella se despierta a la mañana siguiente, él ha desaparecido dejándola sola en una casita de pescadores en mitad del campo (llegaron allí a caballo los dos por la noche). Pese a que la noche anterior, antes de darle al tema, ella se había puesto en plan suspicious y había acusado al maromo de estarse intentando aprovechar de ella, cuando llega la mañana y se ve sola, a la prota ni se le pasa por la cabeza que a lo peor el otro la ha dejado tirada porque ya ha mojado y eso era todo lo que quería: coherencia psicológica del personaje, cero patatero [la muchacha baraja, sin embargo, media docena de posibilidades alternativas que atentan contra el principio de la Navaja de Ockham].

Más adelante tenemos otra escena erótico-festiva. Ella quiere verle la cara al amigo enmascarado, así que él propone jugárselo a un juego de cartas en versión porno.
«—No exactamente. Podrás utilizar un único sentido. Cogeremos una carta al azar. Quien saque la más baja deberá quitarse una prenda y dejar que el otro sienta esa parte de su cuerpo con el sentido que marque el naipe... El corazón será el gusto; las picas, el tacto; el trébol, el olfato; y el diamante, la vista. El oído no tendría mucho sentido en este juego, así que lo descartamos. Por supuesto, la máscara cuenta como prenda... Aunque será la última de la que me deshaga. ¿Estás de acuerdo? [Zarza: pues no, no estoy de acuerdo.]
Me pregunté si existía alguna relación lógica entre cada palo de la baraja y su sentido, pero estaba tan impresionada por aquel excitante juego que sólo logré emitir un débil "sí".» Mira… id a oleros el sobaco a otra parte, si no os importa.

Pues bien, él al final tiene que quitarse la máscara, pero ella sólo puede tocarle la cara con las manos (todo esto mientras él le está practicando sexo oral, porque «No hay novela que se aguanta sin una buena historia de amor», queridos hierbajos). Por supuesto, la chica descubre que al tipo no le pasa absolutamente nada en la cara: no tiene cicatrices de ningún tipo ni está deforme. Así que la moza llega a la siguiente conclusión:
«Sólo había un motivo que justificara la máscara y que explicara ese lado oscuro y terrible que él siempre sacaba a relucir. Patrick Groen[landia] era un fugitivo que se escondía por sus problemas con la justicia.» Pffff… xDDDDDDDDDDD

Plot twist!!
Las conclusiones de la prota son motivo constante de jolgorio por parte del desconcertado lector, y quiero hablaros todavía de alguna más de ellas, pero primero voy a hacer un inciso para apuntar que la protagonista está a punto de descubrir que el cochero y el jefe son la misma persona. Tengo la sospecha de que esto pretende ser un plot twist! muy twisted, pero lo cierto es que el lector ya se ha pispado desde prácticamente el principio: con toda esa gilipollez de las notitas por debajo de la puerta, el empeño que tiene la autora en asegurarse de que «parece» que están ambos presentes al mismo tiempo en diferentes lugares (cosa que no hace con el resto de personajes), todas las libertades que se toma el cochero y que no tienen consecuencias (se pasea por el hotel como quiere, se lleva a la chica y la devuelve a la hora que le viene en gana y nadie le dice nada), ella sabe que el jefe tiene una cicatriz enorme en el abdomen [Zarza: fruto de un tráfico accidente de trágico :D] y el cochero se pone muy cantosamente a la defensiva cuando en una ocasión ella está a punto de levantarle la camiseta (no que irle levantando la camiseta a la gente sea normal, pero eso es otro tema). Gente, si vais a encerrar un gato, al menos aseguraos de que no se pone a maullar como un descosido desde el otro lado de la puerta.

Otra cosa que también se sabe desde el momento en que un personaje menciona el tema es que la librera es hija ilegítima del anterior dueño del hotel (el padre del colgado actual). Cerca del final de la historia nos sueltan la «bomba» de que el viejo tuvo un hijo bastardo del que él mismo no sabía nada hasta justo antes de morir. Poco después nos cuentan la truculenta historia familiar de la cocinera, que resulta que es la madre de la librera (pero la librera no lo sabe), y del padre no se sabe (era un «huésped del hotel» que se registró bajo nombre falso y luego desapareció). Surprise!

De acuerdo, vuelvo al tema de las conclusiones.





Pues resulta que al final las mentiras del cochero se van a acumulando y la prota termina pillándole en falso testimonio (por decimoquinta vez), así que se escapa del hotel (por decimoquinta vez) y se va a buscar al tipo a la casucha que tiene por ahí en la colina. La niña llama a la puerta, pero nadie abre, así que entra de todas formas y ve un sobre sobre una repisa. En lugar de subir al piso de arriba a buscar al cochero, coge la chica y se pone a invadir privacidades ajenas [ya habéis podido ver repetidas veces que en este libro no se molestan en respetar cosas tan nimias como el derecho a la privacidad]: abre el sobre y se encuentra con un cheque por una pashta de parte del dueño del hotel. Y, a continuación, por completar la faena, va registrando el resto del salón a ver qué más encuentra. Pues la niña empieza a barajar posibilidades para explicar la presencia del dinero, a cuál más desbaratada: como piensa que el jefe es un fugitivo de la justicia, pues se le ocurre que igual el cochero (que ha decidido que debe de ser un detective privado [why the fuck?]) está ahí para entregar al otro a las autoridades y que el jefe está intentando sobornarle para que no lo haga. Todo esto, hierbajos, a pesar de que hace pocas páginas (durante el incidente del sexo con bondage y que la prota se quedase abandonada en la casita de pescadores) el jefe supuestamente le deja recado al cochero (le pasa una notita bajo la puerta) diciendo que vaya a recoger a la prota y la lleve al hotel, y que «su discreción será generosamente compensada» (y la prota ha leído esta nota). Estoy segura de que, en el momento en que Esther Sanz escribió esta parte, todos los descendientes vivos de Ockham hicieron automáticamente un facepalm sin saber muy bien por qué.

Pero la cosa no termina aquí, hierbajos. A continuación, la chica encuentra un talonario y la factura del carísimo regalo de cumpleaños que le hizo el jefe hace también pocas páginas. Así que decide modificar su teoría: sin duda, esto significa que el cochero no es un detective privado, sino el chico de los recados del jefe. Como el jefe es un criminal buscado por la justicia, pues claramente no puede irse paseando por Londres y entrando en tiendas, así que el cochero es el que compra las cosas por encargo del otro. Y los descendientes de Ockham necesitaron una segunda mano.

No es hasta un poco después cuando, salido de ninguna parte, finalmente la prota hace la conexión correcta y se da cuenta de que el cochero y el jefe son la misma persona. Solo que… en realidad no se da cuenta: ella cree que son dos personas, pero que últimamente el cochero ha estado suplantando al otro (con o sin consentimiento del interesado). No será hasta algo después, cuando ya tenga al jefe-cochero delante, cuando se dé cuenta (¡por fin!) de que ha sido la misma persona desde el puñeterísimo primer momento.

No comments.

Y, por ir terminando ya, os voy a dejar algunas apreciaciones y citas aisladas:

Leyendo este libro y Las criaturas de la noche (de Lucía González Lavado [cuyo comentario estoy haciendo por Twitter]) me doy cuenta (con horror) de que la gente mucho follar y mucho amor verdadero y abrasador y mucha gilipollez y luego no tienen ni un puto amigo ni saben lo que es eso. ¿Cómo de triste es esa vida? Porque, no es por nada, pero en Las criaturas de la noche a la prota la intenta violar Y asesinar la persona a la que ella misma considera su «mejor amigo», y ¡sigue llamándolo por ese nombre después de que estos hechos tengan lugar! En Si el amor es una isla, la «mejor amiga» de la infancia de la prota le retira la palabra a la prota después de que el hermano gemelo de la primera [¿cuál es los dos es un travesti?] engañe, seduzca y se folle a la prota (sabiendo que esta está enamorada de él) para conseguir que ella le haga los deberes de clase; cuando la prota se entera del juego, se venga del chico haciéndole un trabajo de mierda para el instituto y consiguiendo así que le suspendan; y es cuando la amiga se entera de la historia completa de lo sucedido cuando se pilla un cabreo del quince con la prota y le retira la palabra. What the fuck is wrong with you, people?

En una de las cartas que la prota le escribe a su padre: «Te leo con una sonrisa cuando dices que has dejado de cojear y que ya no tomas esas pastillas para el dolor que dañaban tu úlcera. Me explicas también que la nueva fisio es la responsable de tu mejoría.» Gracias, narrador.

Jo-der: «Aquella tarde, en lugar de abrir los libros, abrimos las puertas de la pasión.»

Así, con disimulo: «Me llamó la atención la traducción al inglés de un autor español que conocía: El cuaderno de Aroha [Zarza: no conocía a ese autor]

Con dos cojones: «Hacía frío y lloviznaba, pero logré entrar en calor pedaleando colina abajo.» Colina abajo. Pedalea, pedalea. A ver si hay suerte…

Y seguimos: «Sus palabras me hicieron pensar en Fuenteovejuna, de Lope de Vega, que describe la rebelión de un pueblo del siglo XV unido contra la tiranía del señor feudal.» Una vez más, gracias narrador. Uff.

Del cochero: «Si realmente estaba escribiendo esa historia coral y costumbrista sobre Sark, ¿por qué me había dicho que su novela trataba sobre una chica idéntica a mí?» Porque, claramente, tienes pinta de ser lo bastante tonta como para que esa excusa cuele y sirva como pick-up line para tenerte en el bote. Cosa que sucede.

La importancia de pararse a pensar en lo que se escribe: «Alcé la mirada y me encontré con la suya, brillando sobre una sonrisa.» Ojos luminiscentes [Zarza: joder. Y caras sin nariz... ¡¡Es Voldemort!!¡¡Corre!! Ortiga: ¡¡pedalea, pedalea!!].

Una de verdades: «Me arrepentí de mis palabras al ver cómo sus labios se tensaban. Me había delatado como una fisgona entrometida que había aprovechado su enfermedad para meter las narices en sus cosas.» Porque lo eres, criatura.

Otra de verdades:
«—Deja de jugar conmigo y de creer que soy una estúpida.
—Pues deja de comportarte como si lo fueras y quítate esas ropas mojadas —repuso con voz cansada.» Pides demasiado, buen hombre.

Denúnciale de una vez, coño:
«—Perder a un ser tan querido en un accidente es muy trágico. Y tú eras aún muy joven.
Aunque me sorprendió que conociera esos detalles de mi vida, pensé que era muy lógico que, antes de contratar a alguien durante todo un año a tiempo completo, se tomara la molestia de investigar su pasado.» Pues a mí no me parece para nada lógico. Esto no me ha pasado en la vida. Se llama invasión de la privacidad.

Y la frase final: «—Si el amor es una isla, yo quiero naufragar en ti.» Paleto [Zarza: a ver, él es un náufrago, el amor (lo que hay entre ellos) es una isla, entonces ella... ¿qué es? ¿Y por qué él quiere naufragar en ella? ¿Es el mar? ¿Es el punto donde se creía que se acababa la Tierra? Por favor, por favor, que sea la última opción.]



Chichómetro: hubo que tirarla por la borda.

Potabilidad: agua salada.

Carcajadas: 7/10

Otras páginas que tienen publicadas críticas o reseñas de este libro, por si os interesa contrastar: Dos divergentes mentalmente desorientadas, La gata en el desván, La soñadora de libros.

10 comentarios :

  1. Holaaa

    ¡Madre mía! ¡Qué casualidad! Me meto en la entrada justo cuando la acabas de publicar.

    Me ha encantado la entrada (como siempre). No tengo nada más que decir porque si no me enrollo demasiado. ¡Que me conozco!

    Por cierto, por cierto. Por si no paso por aquí, feliz navidad y feliz año a todos.

    XD.
    A.

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  2. Holaaaa (vuelvo para dejar la PD)

    PD: la reseña la había leído un poco precipitadamente cuando dejé el anterior comentario. AHora la he leído bien, fijándome en cada detalle. A la muchacha esta le he cogido demasiada manía: como me encuentre con alguien como ella en algún momento de mi vida cojo la bici y la despeño cuesta abajo (si no se puede, lo hago igual). Qué asco me dan ese tipo de personas. Y encima la autora tiene las narices de narrar el libro en primera persona.
    Claro que esto es una opinión mierda mía, no es nada de tomarse en serio.

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  3. Que os sienten mal las uvas (perdón, bien).

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  4. No he podido reirme más. ¡Pedalea, pedalea! Jajajaja demasiado.

    Felices fiestas ;)

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  5. Holaaaaa (¡soy demasiado pesada, voy a tener que atarme los dedos con esparadrapo!).

    Estoy empezando y no he puesto casi nada, pero bueno. Os paso la única reseña que he hecho (para quien quiera) (no es nada buena, pero bueno, por algo se empieza).
    http://libroslosquequerais.blogspot.com.es/2015/12/el-libro-de-los-portales-de-laura.html


    Me he dejado demasiadas cosas en el tintero, lo sé.

    XD,
    A.

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  6. Jajajajaa esta tía ha vito Gran Hotel!!!! Hay ecenas calcadas jaajajaja

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  7. Yo no entiendo la lógica del Hotel. Corregidme si me equivoco.

    Un hotelazo de lujo con buenas referencias y que es la repanocha. Digamos que es el Ritz del canal de la Mancha. Un hotel tan caro o al menos, especial y maravilloso, no atraería a clientela común; ya me dices tú que hace la gente en el canal de la Mancha si no es para ir de un país a otro. Vamos, que debe de ser el típico hotel de descanso y placer y esas cosas. ¿Vamos bien? A ver.

    Si me dices que pasan pocos ferris, me dejas un poco fría. ¿Cómo se mantiene entonces ese hotel? Si tiene clientes dispuestos a soltar pasta por pasar unas semanas en semejante hotelazo, ¿cómo me dices que NO hay ferris? Es de sentido común, digo yo. Es como si vas al Aeropuerto de Madrid o París o alguna capital y te dicen que NO hay aviones a otras capitales. Eso es pérdida de dinero. Yo, que no sé mucho de economía, no veo la manera que tiene de sostenerse ese sitio.

    Luego, lo de la enfermedad del padre me enerva MUCHO. Está ahí como excusa para ganar dinero haciendo el parguela disfrazada de chacha, pero no pasa nada, porque no se va a morir. Vamos, que excusita. "¿Cómo hacemos que la chica pueda foll*r sin remordimientos? Vale, el padre está enfermo, tiene que trabajar, pero no se va a morir. Así, con calma". Sinceramente, me duele bastante ver las figuras de los padres brillar por su patética ausencia. Recuerdo leer un capítulo de novela en la que la chica rememoraba su feliz infancia con sus papis, y al morir su padre, se fugaba de casa porque su padrastro era un monstruo...dejando a la madre atrás, porque CLARO QUE SÍ. Es un personaje secundario y todos saben que están hechos del relleno de un saco de boxeo. No pasa NADA.

    CON DOS COJO-.

    Y lo del gato robando la cofia... ya... mira, he tenido pocos gatos en la vida, pero más allá de un coletero o alguna cosa aleatoria (un algodón de limpiar los oídos, una esponjita de maquillaje), vale, pero ¿una cofia? Así, a maldad. Es tan sacado de anime que duele.

    Ni que mencionar del botón del jacuzzi...me imagino al genio: Ya sé, pondré un botón con alarma en el jacuzzi y hablaré con alguien que esté al otro lado de la pantalla. Ok.
    Una alarma convencional me lo creo, pero majo...

    Mira, son tantos detalles que me han dejado con la boca abierta que me voy a ver si me como un polvorón aprovechando este desmoronamiento de mandíbula.

    Un saludete, hierbas.

    Alex.

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  8. Corre!! Pedalea, pedalea!! Qué manera de reírme, por Dios. Otro a la lista de los que no leeré nunca. He visto en amazon un par de sinopsis que me han espantado pero este libro parece una joyita. Saludos y que hayan pasado una feliz navidad :)

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  9. ¡Hola!
    Me he reído un montón, sobretodo con vuestros comentarios. Siempre me sorprende lo poco que me sorprende ya a estas alturas la cantidad de mierda que las editoriales son capaces de publicar.

    Un saludo.
    Muff.

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  10. Dioses, me pregunto si habrá una Laura en otra dimensión paralela a la que le encanten este tipo de novelas erótico/románticas y fangirlee leyendo las aventuras y desventuras de las mozas que las protagonizan y sus siempre musculados compañeros de espaldas anchas y culos perfectos. Si esa dimensión existe me gustaría meterla en un agujero negro como los que atraviesa la protagonista para acelerar el tiempo (sí, esos son los de gusano, pero no importa) y que así desapareciera de la existencia. No tengo nada en contra de este tipo de novelas, pero no son para mí.

    PD: Yo también quiero un gato que me guíe hasta un mozalbete hermoso, no como el de la novela, sino hermoso de verdad, a lo James Stewart ;-)

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